La tramontana sigue soplando, lo que me obliga a seguir amarrado a puerto si bien, las predicciones dicen que en unos días cambiará el viento y se levantará un levante suave. Mientras ello ocurre continúo revisando fotos y diarios de antiguos viajes. Ahora toca Nueva York.
Esa ciudad, gracias a las películas y a las bandas de jazz, me había cautivado desde bien pequeño. Mi admiración por ella era, y es, comparable a la admiración que siento por la poesía de Mario Benedetti. Con eso lo digo todo.
Recuerdo que llegué a la ciudad en otoño. Estuve hasta altas horas de la noche dando vueltas, en todas las guías aconsejaban aguantar hasta bien tarde a fin de poder superar el “jet lag”. Acepté gratamente el consejo.
Esa noche estuve en la zona de Theatre District, concretamente en el centro, en Time Square. Me veía a mi mismo dentro de una película, con esos inmensos letreros luminosos y gente de lo más variopinta, mezclándose unos con otros, conviviendo razas, clases sociales. Estaba realmente apabullado ante tal maremagnum de sensaciones, todas ellas fluyendo brutalmente dentro de mí.
Llegué a la habitación del hotel y me acosté dejando las cortinas abiertas, quería sentir como me despertaba la luz del amanecer de Nueva York. En el MP3 puse a John Coltrane. En esos momentos eché a faltar una mujer hermosa a mi lado.
A través de la ventana vi a la luna, ya se había cubierto la necesidad. Estaba igual de bonita que las noches de verano en las que fondeaba en pequeñas calas, y ella y yo manteníamos una conversación secreta e íntima.
Me levanté y me dirigí a Central Park, concretamente a la zona oeste. Era temprano, no quería perder ni un solo instante, mi único objetivo era empaparme de esta ecléctica ciudad. Llegué a las puertas del edificio Dakota, donde mataron a John Lennon. Recordé mi canción favorita “Imagine”. La estrofa que más me gusta es la que dice:
“Imagina que no hay países.
No es difícil de hacer.
Nada por que matar o morir
y tampoco religiones.
Imagina a toda la gente
viviendo en paz.
Puedes decir que soy un soñador
pero no soy el único.
Espero que algún día te nos unas
y el mundo será sólo uno.”
Desde el edifico Dakota me dirigí a la Bethesda Fountain, desde su magnífica terraza se observa el lago y las frondosas orillas del Ramble. Me senté en un banco a ver pasar la vida.
Ese día, después de una desesperante cola, cogí un ferry que me llevó a la Estatua de la Libertad. En ese momento fue la primera vez que me imagine Nueva York en blanco y negro. Cerré los ojos e intenté adivinar como vieron la ciudad los inmigrantes irlandeses, italianos y de tantos países para los que esta gran ciudad fue su nueva patria.
Durante esos días vi monumentos, puentes, calles, grandes rascacielos, pero es curioso, los había visto tantas veces en las películas, en fotos, televisión etc, que parecía como si mi espíritu se hubiera reencarnado y me dieran la oportunidad de vivir otra vida. Que magia.
Crucé el puente de Brooklyn desde la plaza del City Hall, desde este impresionante lugar las vistas de Manhatan son increíbles. Aproveché para darme una vuelta por la zona de Brooklyn Heights y Downtown. A la tarde me di un paseo hasta la playa de Coney Island, tenía ganas de ver Astroland, el antiguo parque de atracciones.
Otro lugar que recordaré siempre es la calle 42 este, tiene tantas y tantas cosas para ver. Recuerdo el vestíbulo de La Grand Central Terminal. El famoso rascacielos Chrysler Building. Todo ello impresionante.
Pero el plato fuerte vino de noche, ahí volvió el Nueva York en blanco y negro. Deseaba visitar los famosos clubs de jazz donde habían tocado mis ídolos, Billie Holiday, Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane y tantos y tantos otros. No me lo podía creer, yo estaba allí. La sala que más me impactó fue la Village Vanguard situada en la 178 Seventh Ave (en la séptima y la calle 11), este garito fue, y es, uno de los clásicos del West Village. En los días siguientes visité el Teatro Apollo de Harlem, el Carnegie Hall, situado en 57 th Street y 7 th Avenue. No me defraudaron, todos ellos resultaron ser unos locales memorables con unas mujeres de color bellísimas, tanto como la música que allí se interpretaba.
Cerré los ojos, dejé que mi alma saliera de mi cuerpo y vagara en cada una de las notas que aquellos instrumentos emitían. Me imaginé a una hermosa mujer a mi lado, acariciándome la mano al tiempo que mi corazón latía apresuradamente…
Me gritan desde la proa del barco, es el marinero del puerto que trae un paquete. No ha estado nada mal recordar ese magnífico viaje, espero tener otro momento para dedicarlo a otras ciudades.
Esa ciudad, gracias a las películas y a las bandas de jazz, me había cautivado desde bien pequeño. Mi admiración por ella era, y es, comparable a la admiración que siento por la poesía de Mario Benedetti. Con eso lo digo todo.
Recuerdo que llegué a la ciudad en otoño. Estuve hasta altas horas de la noche dando vueltas, en todas las guías aconsejaban aguantar hasta bien tarde a fin de poder superar el “jet lag”. Acepté gratamente el consejo.
Esa noche estuve en la zona de Theatre District, concretamente en el centro, en Time Square. Me veía a mi mismo dentro de una película, con esos inmensos letreros luminosos y gente de lo más variopinta, mezclándose unos con otros, conviviendo razas, clases sociales. Estaba realmente apabullado ante tal maremagnum de sensaciones, todas ellas fluyendo brutalmente dentro de mí.
Llegué a la habitación del hotel y me acosté dejando las cortinas abiertas, quería sentir como me despertaba la luz del amanecer de Nueva York. En el MP3 puse a John Coltrane. En esos momentos eché a faltar una mujer hermosa a mi lado.
A través de la ventana vi a la luna, ya se había cubierto la necesidad. Estaba igual de bonita que las noches de verano en las que fondeaba en pequeñas calas, y ella y yo manteníamos una conversación secreta e íntima.
Me levanté y me dirigí a Central Park, concretamente a la zona oeste. Era temprano, no quería perder ni un solo instante, mi único objetivo era empaparme de esta ecléctica ciudad. Llegué a las puertas del edificio Dakota, donde mataron a John Lennon. Recordé mi canción favorita “Imagine”. La estrofa que más me gusta es la que dice:
“Imagina que no hay países.
No es difícil de hacer.
Nada por que matar o morir
y tampoco religiones.
Imagina a toda la gente
viviendo en paz.
Puedes decir que soy un soñador
pero no soy el único.
Espero que algún día te nos unas
y el mundo será sólo uno.”
Desde el edifico Dakota me dirigí a la Bethesda Fountain, desde su magnífica terraza se observa el lago y las frondosas orillas del Ramble. Me senté en un banco a ver pasar la vida.
Ese día, después de una desesperante cola, cogí un ferry que me llevó a la Estatua de la Libertad. En ese momento fue la primera vez que me imagine Nueva York en blanco y negro. Cerré los ojos e intenté adivinar como vieron la ciudad los inmigrantes irlandeses, italianos y de tantos países para los que esta gran ciudad fue su nueva patria.
Durante esos días vi monumentos, puentes, calles, grandes rascacielos, pero es curioso, los había visto tantas veces en las películas, en fotos, televisión etc, que parecía como si mi espíritu se hubiera reencarnado y me dieran la oportunidad de vivir otra vida. Que magia.
Crucé el puente de Brooklyn desde la plaza del City Hall, desde este impresionante lugar las vistas de Manhatan son increíbles. Aproveché para darme una vuelta por la zona de Brooklyn Heights y Downtown. A la tarde me di un paseo hasta la playa de Coney Island, tenía ganas de ver Astroland, el antiguo parque de atracciones.
Otro lugar que recordaré siempre es la calle 42 este, tiene tantas y tantas cosas para ver. Recuerdo el vestíbulo de La Grand Central Terminal. El famoso rascacielos Chrysler Building. Todo ello impresionante.
Pero el plato fuerte vino de noche, ahí volvió el Nueva York en blanco y negro. Deseaba visitar los famosos clubs de jazz donde habían tocado mis ídolos, Billie Holiday, Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane y tantos y tantos otros. No me lo podía creer, yo estaba allí. La sala que más me impactó fue la Village Vanguard situada en la 178 Seventh Ave (en la séptima y la calle 11), este garito fue, y es, uno de los clásicos del West Village. En los días siguientes visité el Teatro Apollo de Harlem, el Carnegie Hall, situado en 57 th Street y 7 th Avenue. No me defraudaron, todos ellos resultaron ser unos locales memorables con unas mujeres de color bellísimas, tanto como la música que allí se interpretaba.
Cerré los ojos, dejé que mi alma saliera de mi cuerpo y vagara en cada una de las notas que aquellos instrumentos emitían. Me imaginé a una hermosa mujer a mi lado, acariciándome la mano al tiempo que mi corazón latía apresuradamente…
Me gritan desde la proa del barco, es el marinero del puerto que trae un paquete. No ha estado nada mal recordar ese magnífico viaje, espero tener otro momento para dedicarlo a otras ciudades.
1 comentario:
Siempre me ha llamado la atencion esta ciudad, y asi como la describes en tu blog, aun se incrementan mas las ganas de poder confirmar que todo alli es magnifico, hasta los sentimientos y la imaginacion!!!!
Algun dia espero atreverme a cruzar el charco... :)Soy muy cabezota y si me lo propongo, lo hare! Y una vez alli, buscare ese rinconcito donde se respira ese ambiente y se ve esa gente.
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