miércoles, 24 de octubre de 2007

DE NOCHE

De noche, en la mar, parece que las estrellas tengan vida propia. Brillan de una manera especial. Junto con las luces de la costa y una pequeña lamparita, son la única compañía que tengo.

Cuando miro las luces que se ven a lo lejos me imagino la vida en el interior de esas casas. De pequeño, desde mi habitación veía pasar el tren, de noche las luces de los vagones estaban encendidas y ya, en esos momentos, me gustaba imaginarme que pasaba en el interior de esos trenes. Seguro que había gente feliz, pensando que al final del trayecto alguien a quien amaba profundamente le estaría esperando. Otros habían cogido ese tren huyendo de algo, quizás de su propia vida, quizás buscando romper ataduras y empezar de nuevo, intentando encontrar, que no llegar, a Itaca.

He puesto el Cd de Ry Cooder Buena Vista Social Club, una música muy apropiada para el momento y he cogido uno de mis libros favoritos. Se trata de un libro sobre la pintura de Edward Hopper, un pintor americano de los años 20.

Recuerdo la temporada que fui a una academia de pintura. Tenías el lienzo, blanco e inmaculado, y poco a poco iba cobrando vida. De la nada empezaban a surgir texturas y colores, figuras y sombras, sentimientos encontrados, dudas sobre la mezcla a utilizar. Todo ello era, y es, un proceso lleno de magia.

Hopper refleja en sus cuadros, de una manera excepcional, la luz, concretamente el color de la luz. En determinados cuadros ese color es un personaje más del lienzo. A mí me recuerda a la luz del Mediterráneo, una luz clara, sublime en determinados momentos, una luz que me transporta a mi niñez. Pero me gustan especialmente los cuadros donde hay personas, con aspecto de perdedores en su gran mayoría, e imaginarme que es lo que le había llevado a plasmarlas en esa tela. Pero por encima de todo, de la técnica utilizada, de los colores, de la precisión del trazo lo que más me gusta de sus cuadros es que, al igual que las luces de la costa o la de los vagones, me permite imaginarme esas vidas.

Me llega al alma esa mujer solitaria, sentada en la cama de una habitación cualquiera de un hotel cualquiera, mirando a la nada y esperando, quizás nada también. La acomodadora del cine, apoyada en la pared, sin hacer caso a una película que ha visto ya miles de veces y que como su vida, no le aporta nada. Esos tres personajes en la barra del bar, de noche, que han coincidido en ese lugar de casualidad, que no se conocen de nada y que sólo tienen en común que nadie les espera en su casa, que nadie les va a preguntar ¿qué tal el día?, ¿todavía me quieres?...Que decir también de esa habitación de Nueva York, donde una pareja o mejor dicho, dos individuos están pero como si no estuvieran, como si fueran invisibles el uno para el otro. Otro cuadro que inspira la soledad en que podemos llegar a vernos inmersos, es el de esa mujer sentada sola, como quien ha dejado pasar todas las oportunidades que nos brinda la vida y ya no le queda nada…ya no espera nada ni a nadie que la rescate de ese vacío.

Evidentemente eso es lo que me imagino yo, que no tiene por que ser lo correcto ni siquiera lo incorrecto. La verdad sólo la sabe el pintor y la magia que le llevó a pintar esos personajes.

El viento a girado a poniente y ha empezado a refrescar. Es hora de acostarse, mañana me espera una larga jornada y quiero llegar hasta la zona del Delta del Ebro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es curioso como cada uno interpretamos de diferente manera las imagenes de un cuadro... Yo miro esas pinturas y tengo diferentes sensaciones que tu.

Mirar las estrellas desde un barco navegando... es una experiencia muy recomendable. Diria que se ven mas brillantes que de ningun otro sitio. A su vez el baiben de las olas y el sonido del mar te llevan a un relax absoluto.