Esta noche ha sido dura, ha soplado con mucha fuerza el poniente, tanto que me he visto obligado a desplegar el tormentín, una vela que sólo utilizo cuando las condiciones del viento son muy duras. La única ventaja de este temporal es que me ha permitido navegar rápido, muy rápido, y hasta cierto punto ha hecho que disfrutara de la navegación. Lo que me ha molestado, bastante más que el viento, ha sido la lluvia. Ha habido momentos en que pegaba de frente, con fuerza, tanta que me hacía daño en la cara. Recuerdo una tormenta parecida.
Una vez, pescando con mi padre, tendría yo unos doce o trece años, teníamos que recoger las redes que habíamos echado el día anterior, limpiarlas del pescado que hubiera y volver a echarlas. El mar estaba tranquilo, hacía buen tiempo y nada hacía presagiar que al poco rato de estar en la mar se desatara una tormenta importante.
Mi padre no era pescador, al menos no como profesión, pero salir a la mar a pescar era lo que más le gustaba, era su pasión. No en vano, toda su familia, y por ende la mía, ha estado vinculada a la mar.
La barca de mi padre era la típica de pescadores de la zona, tenía una cabina situada hacia popa, en la que justo entraba una persona, y aproximadamente medía unos ocho metros de eslora. No llevaba emisora, a pesar de la insistencia de mi madre en que colocara una, pero él, invariablemente, siempre le respondía que no se alejaba mucho de tierra y, además, siempre había otras barcas cerca. La verdad es que todos pescábamos en la misma zona.
Esa tarde, el cielo empezó a teñirse de un gris amenazador, al tiempo que el mistral empezó a soplar con fuerza. La lluvia no tardó en hacer acto de presencia. El mar se encrespó. Las olas en el Mediterráneo no son tan altas como en el Cantábrico, pero son más seguidas, más constantes. La barca hundía la proa en el agua, se elevaba y otra vez se hundía, así continuamente. Estaba asustado, acurrucado dentro de la pequeña cabina. Lo único que me tranquilizaba era ver a mi padre sentado, como siempre, en el pequeño banco de popa, con la mano agarrando el timón, mirando hacia la proa, intentando que las olas no nos cogieran de frente para que el cabeceo de la barca no fuera tan brusco. Yo miraba continuamente a mi padre, y él miraba al frente, como si yo no existiera. Llegamos a puerto, con dificultad, pero llegamos. Amarramos la barca, descendimos, cogimos los aparejos y nos fuimos a casa. Mi padre continuó sin mirarme ni hablarme.
Aún hoy, mi padre, hay veces en que sigue sin mirarme, como si yo no existiera. Ahora no me molesta, o me molesta menos que cuando era un niño. En ocasiones me dejaba en ridículo delante de sus amigos, sin querer, pero lo hacía. Admiraba a los hijos de sus amigos pero no a su hijo. Juro que intentaba en todo ser el mejor, pero jamás conseguí un halago. Las circunstancias le hicieron así, le moldearon así y ahora lo sé y lo acepto.
A pesar de todo mi padre es una de las mejores personas que he conocido, sólo que él trata a su hijo como le trataron a él. Por el contrario yo trato a mis hijas como nunca me trataron a mí.
Una vez, pescando con mi padre, tendría yo unos doce o trece años, teníamos que recoger las redes que habíamos echado el día anterior, limpiarlas del pescado que hubiera y volver a echarlas. El mar estaba tranquilo, hacía buen tiempo y nada hacía presagiar que al poco rato de estar en la mar se desatara una tormenta importante.
Mi padre no era pescador, al menos no como profesión, pero salir a la mar a pescar era lo que más le gustaba, era su pasión. No en vano, toda su familia, y por ende la mía, ha estado vinculada a la mar.
La barca de mi padre era la típica de pescadores de la zona, tenía una cabina situada hacia popa, en la que justo entraba una persona, y aproximadamente medía unos ocho metros de eslora. No llevaba emisora, a pesar de la insistencia de mi madre en que colocara una, pero él, invariablemente, siempre le respondía que no se alejaba mucho de tierra y, además, siempre había otras barcas cerca. La verdad es que todos pescábamos en la misma zona.
Esa tarde, el cielo empezó a teñirse de un gris amenazador, al tiempo que el mistral empezó a soplar con fuerza. La lluvia no tardó en hacer acto de presencia. El mar se encrespó. Las olas en el Mediterráneo no son tan altas como en el Cantábrico, pero son más seguidas, más constantes. La barca hundía la proa en el agua, se elevaba y otra vez se hundía, así continuamente. Estaba asustado, acurrucado dentro de la pequeña cabina. Lo único que me tranquilizaba era ver a mi padre sentado, como siempre, en el pequeño banco de popa, con la mano agarrando el timón, mirando hacia la proa, intentando que las olas no nos cogieran de frente para que el cabeceo de la barca no fuera tan brusco. Yo miraba continuamente a mi padre, y él miraba al frente, como si yo no existiera. Llegamos a puerto, con dificultad, pero llegamos. Amarramos la barca, descendimos, cogimos los aparejos y nos fuimos a casa. Mi padre continuó sin mirarme ni hablarme.
Aún hoy, mi padre, hay veces en que sigue sin mirarme, como si yo no existiera. Ahora no me molesta, o me molesta menos que cuando era un niño. En ocasiones me dejaba en ridículo delante de sus amigos, sin querer, pero lo hacía. Admiraba a los hijos de sus amigos pero no a su hijo. Juro que intentaba en todo ser el mejor, pero jamás conseguí un halago. Las circunstancias le hicieron así, le moldearon así y ahora lo sé y lo acepto.
A pesar de todo mi padre es una de las mejores personas que he conocido, sólo que él trata a su hijo como le trataron a él. Por el contrario yo trato a mis hijas como nunca me trataron a mí.
4 comentarios:
Y así es como debería de ser, intentar que nuestros hijos tengan lo que nosotros no tuvimos, por un lado te entiendo, sé que mi madre no confia en mi, me lo ha demostrado muchas veces y me ha dejado en evidencia tantas otras, el motivo? creo que lo sé y me es duro aceptarlo, pero es mi madre, y la quiero.
me ha encantado el post
un beso
Acabo d llegar de currar en un dia parecido al q cuentas asi q, creeme, q entiendo ese "miedo". Bien sabes q quienes nos movemos en agua/aire respetamos muchisimo a las fuerzas d la naturaleza.
Efectivamente, tu padre es un buen padre pues, en el fondo, te enseño a ti como debes de tratar a tus hijas.
Muchas veces no entendemos la actitud de algunas personas hasta que pasa el tiempo... y entiendo que mientras te preguntas por que, se sufre, y le demos vueltas, y hasta llegamos a pensar cuanto de culpa tenemos nosotros de que sean asi. Imagino que viniendo de un padre sera realmente duro, pero segurisimo que te queria y te quiere un monton, tanto como tu a tus hijas. No lo dudes.
GUADA:
Con tu comentario me has dejado el cuerpo revuelto como un temporal. Siento lo que te está pasando y te entiendo perfectamente.
un fuerte abrazo.
SARITISIMA:
Tu situación es peor que la mía, yo me puedo agarrar a un salvavidas pero en tu caso si el avión se cae...
Yo también creo que en el fondo mi padre es un buen padre, sólo que es un esclavo de sus circunstancias, pero como dice Guada le quiero muchísimo.
ANONIMO:
Seguro que me quiere, me juraría el cuello, pero no sólo hay que pensarlo también hay que decirlo. Tienes razón, mis hijas Laia y María es lo que más quiero en este mundo.
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