Mientras navego, con el mar tranquilo y el viento soplando de popa, recuerdo las vacaciones de Navidad pasadas en tierra. Uno de los días nos juntamos un grupo de amigos a tomar unas cervezas, hacía tiempo que no nos veíamos. Por circunstancias diversas muchos de nosotros hemos echado el ancla en puertos lejanos.
Estuvimos contando anécdotas, pequeñas historias de la vida y otros chismes sin importancia, a uno de mis amigos se le ocurrió la brillante idea de poner en el equipo de música un Cd, era un recopilatorio de éxitos de los años 80. Empezamos a animarnos, a tararear esas canciones que tanto nos habían gustado, canciones que nos acompañaron en determinados momentos, momentos buenos, malos y peores. Estos últimos llegaban al día siguiente, cuando al levantarte de la cama, la cabeza te explotaba del resacón y le rogabas a tu madre dos cosas, la primera que por favor no levantara la voz y la segunda que pasara el aspirador otro día. Después de una ducha fría te prometías que tu cama jamás volvería a convertirse en un barco con temporal y la deriva.
Entre cerveza y cerveza, empezamos a “¿os acordáis de aquella vez cuando…?”. Voy a contar públicamente una de aquellas veces, pero antes de empezar quiero decir que si bien no me enorgullezco de lo que hice tampoco me arrepiento.
“Corría el año…, era Nochebuena y a altas horas de la madrugada, cuando los fluidos etílicos ya empezaban a conquistar nuestro organismo, a uno se le ocurrió la brillante idea de subir al campanario de la iglesia. Al llegar a lo más alto, con unos sacos cubrimos el badajo, asegurándonos de que al chocar con el hierro de la campana ésta no sonara. El envoltorio quedó perfecto. Al día siguiente, Navidad, a la hora de la misa la gente del pueblo empezó a congregarse en la plaza de la iglesia, todo el mundo miraba, extrañado, hacia el interior del campanario, donde observaban como el cura, de forma frenética y con fuerza, tiraba de la cuerda para que sonara las campana. El esfuerzo era inútil, “incomprensiblemente” la campana se había quedado muda, al final, subió a lo alto del campanario, momento en el cual se dio cuenta de lo que había sucedido. Recuerdo ese instante como si fuera hoy, miró, con cara de pocos amigos, hacia el grupo de jovenzuelos que se encontraban sentados en un banco que se hallaba delante de la plaza.”
En fin, nadie es perfecto, pero lo cierto es que tuvimos una temporada sublime… como esas, o parecidas, hicimos varias.
Mientras escribo en el cuaderno de bitácora no puedo evitar que una sonrisa se marque en mis labios. Va por vosotros, amigos.
Estuvimos contando anécdotas, pequeñas historias de la vida y otros chismes sin importancia, a uno de mis amigos se le ocurrió la brillante idea de poner en el equipo de música un Cd, era un recopilatorio de éxitos de los años 80. Empezamos a animarnos, a tararear esas canciones que tanto nos habían gustado, canciones que nos acompañaron en determinados momentos, momentos buenos, malos y peores. Estos últimos llegaban al día siguiente, cuando al levantarte de la cama, la cabeza te explotaba del resacón y le rogabas a tu madre dos cosas, la primera que por favor no levantara la voz y la segunda que pasara el aspirador otro día. Después de una ducha fría te prometías que tu cama jamás volvería a convertirse en un barco con temporal y la deriva.
Entre cerveza y cerveza, empezamos a “¿os acordáis de aquella vez cuando…?”. Voy a contar públicamente una de aquellas veces, pero antes de empezar quiero decir que si bien no me enorgullezco de lo que hice tampoco me arrepiento.
“Corría el año…, era Nochebuena y a altas horas de la madrugada, cuando los fluidos etílicos ya empezaban a conquistar nuestro organismo, a uno se le ocurrió la brillante idea de subir al campanario de la iglesia. Al llegar a lo más alto, con unos sacos cubrimos el badajo, asegurándonos de que al chocar con el hierro de la campana ésta no sonara. El envoltorio quedó perfecto. Al día siguiente, Navidad, a la hora de la misa la gente del pueblo empezó a congregarse en la plaza de la iglesia, todo el mundo miraba, extrañado, hacia el interior del campanario, donde observaban como el cura, de forma frenética y con fuerza, tiraba de la cuerda para que sonara las campana. El esfuerzo era inútil, “incomprensiblemente” la campana se había quedado muda, al final, subió a lo alto del campanario, momento en el cual se dio cuenta de lo que había sucedido. Recuerdo ese instante como si fuera hoy, miró, con cara de pocos amigos, hacia el grupo de jovenzuelos que se encontraban sentados en un banco que se hallaba delante de la plaza.”
En fin, nadie es perfecto, pero lo cierto es que tuvimos una temporada sublime… como esas, o parecidas, hicimos varias.
Mientras escribo en el cuaderno de bitácora no puedo evitar que una sonrisa se marque en mis labios. Va por vosotros, amigos.
5 comentarios:
Que gozada esos reencuentros, y esos recuerdos :-)
Q buenos ratos se pasan recordando anecdotas con los buenos amigos. Yo estas navidades he recuperado personas y recuerdos en abundancia y aunq los Reyes fueron "cuasi-nulos" me doy por satisfecha con esos ratos. Te entiendo perfectamente...
bahhia y saritisima
la verdad es que es una gozada pero por otro lado también te das cuenta que los años van pasando, y demasiado deprisa.
un saludo
Eso es bueno xavi. Cuando el reloj parece q se para.... malo
saritísima
tienes razón pero por otro lado te das cuenta que hay cosas que si no las has hecho es difícil que las hagas, y a mi eso me crea cierta ansiedad. Hay sueños que sabes que es difícil que se cumplan, pero bueno mejor es mirar el día y disfrutar con lo que tenemos.
un abrazo
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