Llevo varios días anclado en un pueblecito cercano al delta del Ebro. He aprovechado, como siempre que estoy unos días sin salir a la mar, para poner en orden mi pequeño barco, reparar algún desperfecto y por supuesto, comprar provisiones. Os aseguro que no es nada agradable quedarte sin existencias lejos de la costa, así que lo mejor es tener siempre de más.
En el puerto me he visto obligado a cambiar el perno de la botavara y reparar la vela del foque. El perno lo he puesto nuevo pero el foque lo he reparado yo, y la verdad, espero que el mistral no sople demasiado fuerte, sino al final me veré obligado a cambiar la vela. Por si alguno no lo sabe el mistral es el viento que viene del Norte, sopla fuerte y es frío. En la zona de Aragón le llaman cierzo. En esta época, apunto de llegar el invierno y cuando los días son más cortos, es cuando empieza a soplar de manera importante.
Al caer la tarde me he resguardado en el interior del camarote y en el fondo de un pequeño armario me he encontrado una sorpresa: mis cometas. Hacía tiempo que andaba buscándolas y, como casi siempre ocurre en la vida, las cosas buenas aparecen por sorpresa. Igual sucede con el amor, llega y se va sin avisar.
Tengo dos cometas, una completamente diferente a la otra y no sólo por el tamaño, sino también por su forma de volar.
La pequeña es rápida, con carácter, audaz hasta el límite y no le gusta nada sentirse atada a dos hilos, y mucho menos que le marquen el camino a volar. A esta pequeña le tengo un especial cariño. La primera vez que la volé fue en la playa de Laida (Euskadi) y mi maestro fue un buen amigo, Julián. En octubre se han cumplido cuatro años de su muerte. El era como mi cometa pequeña, un espíritu libre y seguro que esté donde esté, seguirá haciendo lo que el crea conveniente, sin importarle las ataduras. Como dice otro buen amigo, es de la gente que conoces en el camino y se queda contigo.
Mi otra cometa, la grande, es pausada, tranquila, le cuesta moverse pero una vez que lo hace es capaz de realizar mil piruetas, acrobacias imposibles y consigue que los niños se queden ensimismados mirando esos giros elegantes. A ella no le importa sentirse atada, lo que le importa es que la mimen y la quieran, y ella sabe que yo la mimo y la quiero. Le encanta jugar con mis hijas, le gusta que la persigan, que intenten cogerla, o al menos rozarla con sus pequeños dedos, a sabiendas que nunca lo conseguirán. En ocasiones he dejado que la vuelen y ella, complaciente, hace verdaderos esfuerzos para no caerse. Mis princesas se creen, ingenuas, que ellas manejan los hilos de la cometa, no se fijan que desde el aire, ella me hace una señal, alegre por que esas dos niñas jueguan con ella.
Voy a ver si encuentro una pequeña playa donde volarla.
Donde quiera que estés, un saludo Julián.
En el puerto me he visto obligado a cambiar el perno de la botavara y reparar la vela del foque. El perno lo he puesto nuevo pero el foque lo he reparado yo, y la verdad, espero que el mistral no sople demasiado fuerte, sino al final me veré obligado a cambiar la vela. Por si alguno no lo sabe el mistral es el viento que viene del Norte, sopla fuerte y es frío. En la zona de Aragón le llaman cierzo. En esta época, apunto de llegar el invierno y cuando los días son más cortos, es cuando empieza a soplar de manera importante.
Al caer la tarde me he resguardado en el interior del camarote y en el fondo de un pequeño armario me he encontrado una sorpresa: mis cometas. Hacía tiempo que andaba buscándolas y, como casi siempre ocurre en la vida, las cosas buenas aparecen por sorpresa. Igual sucede con el amor, llega y se va sin avisar.
Tengo dos cometas, una completamente diferente a la otra y no sólo por el tamaño, sino también por su forma de volar.
La pequeña es rápida, con carácter, audaz hasta el límite y no le gusta nada sentirse atada a dos hilos, y mucho menos que le marquen el camino a volar. A esta pequeña le tengo un especial cariño. La primera vez que la volé fue en la playa de Laida (Euskadi) y mi maestro fue un buen amigo, Julián. En octubre se han cumplido cuatro años de su muerte. El era como mi cometa pequeña, un espíritu libre y seguro que esté donde esté, seguirá haciendo lo que el crea conveniente, sin importarle las ataduras. Como dice otro buen amigo, es de la gente que conoces en el camino y se queda contigo.
Mi otra cometa, la grande, es pausada, tranquila, le cuesta moverse pero una vez que lo hace es capaz de realizar mil piruetas, acrobacias imposibles y consigue que los niños se queden ensimismados mirando esos giros elegantes. A ella no le importa sentirse atada, lo que le importa es que la mimen y la quieran, y ella sabe que yo la mimo y la quiero. Le encanta jugar con mis hijas, le gusta que la persigan, que intenten cogerla, o al menos rozarla con sus pequeños dedos, a sabiendas que nunca lo conseguirán. En ocasiones he dejado que la vuelen y ella, complaciente, hace verdaderos esfuerzos para no caerse. Mis princesas se creen, ingenuas, que ellas manejan los hilos de la cometa, no se fijan que desde el aire, ella me hace una señal, alegre por que esas dos niñas jueguan con ella.
Voy a ver si encuentro una pequeña playa donde volarla.
Donde quiera que estés, un saludo Julián.
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