lunes, 12 de noviembre de 2007

LISBOA








Mientras estoy esperando para zarpar de nuevo he visto uno de los diarios. Me ha traído muchos recuerdos, pero sobre todo me ha encantado volver a ver imágenes de la ciudad de Lisboa. En ese viejo libro guardo, entre otras cosas, fotos y comentarios sobre esta ciudad lusa.

En la época en que fuimos, Navidad, la ciudad estaba repleta de luces, con mil formas y colores. No es que me guste especialmente esta época, pero he de reconocer, quizás por el niño que queda dentro, que las luces de Navidad me traen un sin fin de recuerdos. Nadie me puede negar que esas luces nos devuelven a la niñez, y cuando se es niño todo lo que rodea esos días está envuelto en un halo de magia.

Aconsejo, si se me permite aconsejar, que esta bella y decadente ciudad debe ser visitada acompañado de la mujer que amas, como hice yo. Creo que es la única manera de llegar a entenderla y por supuesto, de disfrutar de sus calles, barrios y como no, de esa música nostálgica llamada fado. Cuando miras la ciudad desde el Elevador de Santa Justa es importante tener a alguien al lado con quien compartir esa maravillosa vista.

Me habían comentado que era una ciudad en la cual no existen términos medios, o te gusta o no te gusta. Seguramente no tiene el encanto de París, ni es tan cosmopolita como Londres o Nueva York, ni tan exótica como Estambul pero, si sabes ver lo que sus calles esconden, entonces pasará a engrosar la lista de lugares inolvidables.

Hay zonas que ya sólo por el nombre te enamoran, Rossio, Barrio Alto, Chiado, Alfama, etc. De las siete lomas que conforman esta ciudad, para mí, es la que más personalidad y encanto tiene. En esta colina se encuentra el Castelo de Sao Jorge. Recuerdo que aquella tarde estuvo lloviendo de manera intermitente, lo cual hacía que el ambiente fuera, si cabe, más nostálgico. Desde este lugar se divisa Lisboa, sus puentes y sobre todo, los viejos tejados del barrio de Alfama. Sin embargo tampoco conviene dejar de visitar los miradores de la zona de Graça.

Otro de los pequeños, o grandes, placeres que puede aportar esta ciudad es sentarse a ver pasar la vida en la terraza de El Café A Brasileira, junto a la estatua de Pessoa y por supuesto montar en los viejos tranvías con asientos de madera.

Si alguien tiene la oportunidad, y tiempo, no debe perderse un lugar especialmente hermoso, Sintra y su bello Palacio da Pena. Si le preguntáramos a un niño cómo se imagina un castillo de cuentos de hadas, sin duda elegiría el Palacio da Pena. Desde luego no es casualidad que el poeta romántico Lord Byron frecuentara este lugar.

Dejo para el final lo más mágico de esta bella ciudad, algo que no se ve pero que te penetra hasta las entrañas, el fado, esa maravillosa música del alma, de la “saudade”, música nostálgica, melancólica y pesimista. Letras de canciones que hablan de amores perdidos, de amores no correspondidos, de destinos malogrados o vidas desarraigadas. Dicen que la mejor fue Amália Rodrigues, y sin duda lo fue, pero escuchar también a Mariza o Dulce Pontes, os aseguro que no os defraudarán.

Cuando escuchéis fado, escucharlo con el alma abierta pero con los puños cerrados, aguantando, para que no se os parta el corazón.
Mientras estaba escribiendo sobre Lisboa me acordaba de cinco personas muy importantes en mi vida y a las que quiero, Jose y Leire, Javi y Estela y sobre todo a Begoña, una maravillosa compañera de viaje.









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