domingo, 18 de noviembre de 2007

JUEGOS DE NIÑOS

El cielo raso y completamente despejado hace que la temperatura descienda de manera considerable. Menos mal que en el interior del camarote se está medianamente bien. Para hacer el ambiente un poco más agradable oigo el último CD de Madeleine Peyroux “Half the perfect world”.

Son las once de la noche y oigo el repique lejano de las campanas. Salgo a cubierta y veo las luces de las casas encendidas, alumbrando la vida que hay en su interior. Hasta el puerto llega el olor del humo de las chimeneas y si cierro los ojos hasta puedo imaginar el crepitar de la madera en los hogares. Estas tres sensaciones, frío, luces encendidas y el olor de las chimeneas me llevan a momentos felices de mi infancia.

Yo vivía en la costa, pero muchos fines de semana íbamos al pueblo de mi madre, un pueblo de interior, pequeñito, medio derrumbado por la guerra civil y a medio reconstruir por la posguerra. Recuerdo que nada más bajarte del coche lo primero que apreciabas era el olor a chimenea que impregnaba las calles. Gran parte de mi infancia transcurrió en ese pequeño pueblo.

Mi tía tenía, y tiene, una casa con un patio en su interior. En él mi primo y yo jugábamos a lo que más nos gustaba, a “indios y vaqueros”. Los dos queríamos ser “vaqueros”, pero sobre todo los que más nos gustaban eran los del Séptimo de Caballería. Eran los más elegantes, con su chaqueta de color azul, su largo sable, ese gorro de ala ancha y sus hermosos caballos. Pero teníamos un problema, llevábamos pantalón corto, todavía no habíamos hecho la Comunión y por lo tanto no podíamos llevar pantalón largo (aún hoy sigo sin entender que tendrá que ver una cosa con la otra). Ese era un pequeño “trauma”, hasta que se nos ocurrió que nosotros seríamos jóvenes exploradores conocedores de la zona y que por lo tanto los soldados del Séptimo nos respetarían. Así estuvimos hasta que llegó la fecha de la Comunión. Esa misma tarde mi primo y yo pudimos alistarnos como soldados en el regimiento del Séptimo de Caballería que se encontraba alojado en nuestro patio. Ya éramos uno de ellos.

Cuando nos cansábamos de jugarnos la vida adentrándonos en parajes inhóspitos, cogíamos las bicicletas y, junto con otros niños, recorríamos las calles. Recuerdo que pintamos, a brocha, una bici con un color “plata” indescriptible. Era una bicicleta nueva, se la habían regalado a una de mis primas, pero sus colores eran como los de cualquier otra bicicleta. No podíamos permitir que una bici tan buena estuviera desaprovechada, teníamos que utilizarla pero para eso habría que darle un “toque”especial. Nada mejor que pintarla. Esa bici plateada fue la admiración de nuestros amigos. El problema fue que entre mis tíos y mis padres la admiración no fue tan grande ni comprendieron, por más que se lo explicamos, lo que había mejorado esa bici.

Respecto a mi primo, decir que es tipo peculiar. Se merece un capítulo a parte. Hoy en día se dedica a la música, tiene un grupo de rock catalán, se llama “GRA FORT”. Alguna vez he visto videos suyos en la página YouTube.

Un saludo navegantes

1 comentario:

Anónimo dijo...

Casualidad hoy he encendido por primera vez desde el invierno pasado el fuego bajo en mi casa y olia tal cual defines en tus recuerdos. El calor que da la leña crea un ambiente acogedor y si ademas lo acompañas con musica... invita a pasar una tarde de relax. He dejado que se apague y es hora de ir a dormir.

Me alegro que hayas escogido a Madeleine para ambientar tu tarde en el camarote.