martes, 6 de marzo de 2012

LA VIEJA TABERNA... Y EVA 2ª Parte

Desde donde estaba pude observar como la mujer de pelo blanco continuaba con el bolígrafo en la mano moviéndolo de un lado a otro. Di por hecho que estaba escribiendo, sin embargo cuando me levanté a pedir otro café me di cuenta que estaba dibujando sirenas, la otra hoja estaba llena de anclas y rosas de los vientos. No me miró pero estoy seguro que ella sabía que estaba ahí, observándola. Mientras me preparaba el café pude mirar con más detenimiento esos dibujos. Me parecieron dibujos hechos con mucho detalle, con precisión.


- ¿te gustan? – me dijo mientras posaba el café humeante encima de la barra.
- Si, son buenos. Tiene usted buena mano para el dibujo.
- Son para mi hija – respondió – ella hace tatuajes y yo, cuando tengo algo de tiempo le voy preparando plantillas.
Me fijé en su tatuaje, en la rosa de los vientos que tenía en la parte interior de la muñeca. Se dio cuenta.
- Me lo hizo ella – dijo mientras me lo mostraba - ¿tú tienes algún tatuaje?
- No, pero me gustaría hacerme uno y de hecho tengo alguna idea sobre cuál pero nunca he encontrado el momento.
- Todo marinero que se precie debe tener un tatuaje… - no terminó la frase. De una de las mesas en las que estaban jugando al dominó gritaron “Malena, anda, sírvenos otro chupito”
- Si hombre, a mandar – respondió. – estos se creen que aún son patrones y yo un marinero dispuesto a obedecer – dijo mirándome.

Cogió la botella de ron y se acercó a la mesa. Yo recogí el café y me senté en la mía. Saqué el bloc de notas, quería escribir o describir la travesía. Llevaba una línea escrita cuando sonaron las conchas de la puerta de entrada, alcé la vista y vi aparecer a una chica en una silla de ruedas. Era rubia, ojos negros y una piel tan blanca que si te fijabas con detenimiento se podía apreciar hasta sus sentimientos. Toda esa belleza contrastaba con la fragilidad y la delgadez de sus piernas. Sin duda era la hija de Malena, la señora que estaba en la barra del bar. Se parecían muchísimo.
Detuvo la silla entre las dos mesas donde estaban jugando. Los ocho hombres pararon la partida y le dijeron algo, aunque no pude oír el qué, pero desde luego era algo gracioso porque su cara se iluminó con una agradable sonrisa. Luego vino hacia mí.


- Hola, ¿acabas de llegar?
- Si, hará un par de horas que he atracado.
- Así que has pillado todo el temporal, vaya putada.
- Si, ha sido un poco duro.


Mientras me hablaba hice verdaderos esfuerzos para que no notara que mis ojos se iban directamente a sus piernas.


- Me llamó Eva – dijo, mientras quitaba la mano de una de las ruedas de la silla y la estiraba hacia mí, ofreciéndomela. En esos momentos pude ver todas las rugosidades que tenía en la palma de su mano. Durezas producidas como consecuencia de tener que mover las ruedas de la silla en la cual se encontraba sentada.


Estiré mi mano. Fue la primera vez que la toque. Fue la primera vez que su piel y mi piel entraban en contacto. Fue la primera vez que mi piel morena cubrió su piel blanca como espuma de algodón.


- No pasa nada, puedes mirarme las piernas. Al principio, todo el mundo lo hace y la verdad es que yo ya estoy acostumbrada. Si te quedas más tiempo acabaras por olvidarte de ellas, como hago yo, y podrás mirarme a los ojos sin miedo a que tu mirada se concentré en esos dos palillos que tengo.


Me sorprendió su franqueza al hablar. Me sorprendió la tranquilidad con que hablaba de su minusvalía. Me sorprendí porque estaba un tanto avergonzado por mi torpeza, por no haber sabido controlar la mirada y ella lo notó.


- De verdad, no te lleves mal rato ¿vienes de muy lejos?
- Desde Menorca, iba hacia el sur, pero al final me he tenido que desviar.
- ¿te importa que me tome un café contigo? No te digo si me puedo sentar porque como has podido comprobar siempre estoy sentada.
- No, por supuesto ¿Qué quieres?
- Ella ya sabe.


Me levanté y fui hacia la barra.


- No se lo tomes a mal, no es que sea una maleducada, simplemente lo vive con naturalidad. Dice que su silla es su mejor amiga porque es la única que nunca la abandona.
Malena se giró y empezó a preparar un té con limón. Mientras estaba esperando me fijé de nuevo en Eva. Estaba mirando, sin ningún tipo de pudor y por supuesto sin permiso mi cuaderno, pero por alguna extraña razón no me importó que aquella mujer leyera esas anotaciones. Mis anotaciones.


Cogí el té con limón y fui de nuevo a la mesa.


- Escribes muy bien.
- Gracias – respondí con una sonrisa.
- Espero que no te haya importado que lea tu cuaderno. Ahora estamos empatados. Tú me has mirado las piernas con descaro, yo leo tu cuaderno sin permiso.
- Me parece justo.


Era increíble la naturalidad con que esa hermosa mujer que tenía delante hacía las cosas.


- viajas solo? – me preguntó mirándome fijamente a los ojos.


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