EL SEGUNDO AMOR
Cuando me llegó el segundo amor yo ya tenía 17 años, la edad en que, al menos en mi caso, te crees que sabes todo, que controlas todo y que no necesitas a nadie y menos a los padres. Mejor dicho, sólo necesitas a tus amigos.
Creo que la gran diferencia con el primer amor es que has perdido , o eso crees, parte de la inocencia, pero sinceramente, visto con la perspectiva que proporciona la edad y por supuesto la distancia, te das cuenta que aún tienes todo un mundo por descubrir. Evidentemente ya sabes lo que es un beso, y lo que es importante, no hacer mucho el ridículo al darlo; eres consciente de lo que ocurrirá cuando otra piel se roce con la tuya, conoces las sensaciones pero todo eso no importa cuando esos impulsos se producen con la persona que amas. Lo importante no son los estímulos físicos, lo importante, lo realmente importante es lo que se produce en tu interior. Lo “material” te lo puede dar, o proporcionar cualquier persona, pero el espacio íntimo sólo puede llenarlo alguien especial.
Si cierro los ojos el recuerdo que tengo de ella, o lo primero que me viene a la cabeza es su pelo rizado de color negro azabache y sobre todo sus ojos negros, pero por encima de esos detalles físicos lo mejor que tenía, y seguro que sigue teniendo, era su corazón. Ha sido una de las mejores personas que he tenido la suerte de conocer.
Lo nuestro fue un “noviazgo” intermitente. Ella vivía en un pueblo distinto al mío al que yo sólo iba un fin de semana al mes. A diferencia de mi primer amor éste no fue un flechazo, nos fuimos enamorando poco a poco, casi sin darnos cuenta. Fue algo similar a cuando pides una infusión con una bolsita de menta y otra de frutos del bosque, están las dos pequeñas bolsas dentro de la tetera y ambas van soltando sus jugos para acabar mezclándose suavemente, como sin querer. Luego apartas las dos bolsas y queda una sola sustancia. A nosotros nos ocurrió algo parecido, empezamos a juntarnos hasta darnos cuenta que podíamos llegar a ser uno mismo.
Estuvimos, casi dos años juntos y la verdad es que tengo gratos y mágicos recuerdos. Pero en nuestra relación se interpusieron tres barreras; por un lado la “mili”, por otro lado el verano y por último la edad.
Estar en la “mili” hizo que pudiera ir menos a visitarla; pero lo que realmente truncó nuestra relación fue el verano. Imaginad un pueblo de la costa del mediterráneo, lleno de turistas (en femenino), juergas y bueno… que os voy a contar. Aquel verano fue una locura, y no especialmente por el rollo sexual (con 18 años tampoco estás para comerte el mundo, aunque tu creas que sí) pero sobre todo por las locuras que hicimos.
Siempre he dicho que he hecho cosas de las cuales no me siento orgulloso y ésta es una de ellas. Me ocurrió como cuando intentas atrapar el agua entre tus dedos y al final siempre acabas con las manos vacías. Se me fue yendo casi sin darme cuenta.
Cuando volví ya se había ido del pueblo, jamás he vuelto a saber de ella. Como decía “superflicka” en un comentario quizás esto te permita mantener el recuerdo de cómo era.
Lo curioso de todo esto es que el verano que destrozó mi segundo gran amor fue, dos años más tarde, el que trajo esa turista que se convirtió en la que ahora es mi mujer y mi tercer gran amor.
Creo que la gran diferencia con el primer amor es que has perdido , o eso crees, parte de la inocencia, pero sinceramente, visto con la perspectiva que proporciona la edad y por supuesto la distancia, te das cuenta que aún tienes todo un mundo por descubrir. Evidentemente ya sabes lo que es un beso, y lo que es importante, no hacer mucho el ridículo al darlo; eres consciente de lo que ocurrirá cuando otra piel se roce con la tuya, conoces las sensaciones pero todo eso no importa cuando esos impulsos se producen con la persona que amas. Lo importante no son los estímulos físicos, lo importante, lo realmente importante es lo que se produce en tu interior. Lo “material” te lo puede dar, o proporcionar cualquier persona, pero el espacio íntimo sólo puede llenarlo alguien especial.
Si cierro los ojos el recuerdo que tengo de ella, o lo primero que me viene a la cabeza es su pelo rizado de color negro azabache y sobre todo sus ojos negros, pero por encima de esos detalles físicos lo mejor que tenía, y seguro que sigue teniendo, era su corazón. Ha sido una de las mejores personas que he tenido la suerte de conocer.
Lo nuestro fue un “noviazgo” intermitente. Ella vivía en un pueblo distinto al mío al que yo sólo iba un fin de semana al mes. A diferencia de mi primer amor éste no fue un flechazo, nos fuimos enamorando poco a poco, casi sin darnos cuenta. Fue algo similar a cuando pides una infusión con una bolsita de menta y otra de frutos del bosque, están las dos pequeñas bolsas dentro de la tetera y ambas van soltando sus jugos para acabar mezclándose suavemente, como sin querer. Luego apartas las dos bolsas y queda una sola sustancia. A nosotros nos ocurrió algo parecido, empezamos a juntarnos hasta darnos cuenta que podíamos llegar a ser uno mismo.
Estuvimos, casi dos años juntos y la verdad es que tengo gratos y mágicos recuerdos. Pero en nuestra relación se interpusieron tres barreras; por un lado la “mili”, por otro lado el verano y por último la edad.
Estar en la “mili” hizo que pudiera ir menos a visitarla; pero lo que realmente truncó nuestra relación fue el verano. Imaginad un pueblo de la costa del mediterráneo, lleno de turistas (en femenino), juergas y bueno… que os voy a contar. Aquel verano fue una locura, y no especialmente por el rollo sexual (con 18 años tampoco estás para comerte el mundo, aunque tu creas que sí) pero sobre todo por las locuras que hicimos.
Siempre he dicho que he hecho cosas de las cuales no me siento orgulloso y ésta es una de ellas. Me ocurrió como cuando intentas atrapar el agua entre tus dedos y al final siempre acabas con las manos vacías. Se me fue yendo casi sin darme cuenta.
Cuando volví ya se había ido del pueblo, jamás he vuelto a saber de ella. Como decía “superflicka” en un comentario quizás esto te permita mantener el recuerdo de cómo era.
Lo curioso de todo esto es que el verano que destrozó mi segundo gran amor fue, dos años más tarde, el que trajo esa turista que se convirtió en la que ahora es mi mujer y mi tercer gran amor.