Después de varios días intentando ver al viejo marino hoy, por fin, le veo aparecer. Viene andando de forma pausada y al fijarme mas detenidamente en su silueta me doy cuenta que sufre una fuerte cojera en la pierna derecha.
En la terraza del bar solo hay una pareja y yo. Están tan cerca el uno del otro que, visto desde fuera, parece que su mundo se componga únicamente de la mesa y de las dos sillas donde se encuentran. Esos tres objetos son testigos mudos de sus confidencias. En el interior del local hay una mujer de unos treinta años, morena y muy guapa. El capitán habla con ella y luego se sienta en la terraza, en una mesa cercana a la mía. Me saluda, agacha la cabeza educadamente y luego con una media sonrisa, me señala a esa pareja de jóvenes. Se nota que están enamorados – me dice en voz baja. Creo que sí – le respondo yo sonriendo.
Al final se sienta a mi lado y le hace una seña a la camarera para que traiga dos cervezas.
- Tu eres el del Puma – no sé si preguntaba o afirmaba. Sí – respondí yo – está un poco viejo pero aguanta bien en alta mar.
- Yo tengo la vieja goleta de dos palos que está atracada en la bocana del puerto. Ahora no navego, pero un marino nunca sabe cuando llegará el momento de soltar amarras de nuevo, así que la cuido y la mimo como si mañana mismo tuviera que partir.
- Es realmente preciosa – le dije - es ese tipo de barco que uno sueña de pequeñito, cuando lee aventuras de piratas.
Luego me contó que su mujer y él la habían comprado con la indemnización que le dieron por el accidente que casi le cuesta la pierna. Los dos eran de Portsmouth, un pueblo de la costa inglesa. Allí está atracado, para admiración de todos, el Victory, el barco de la armada inglesa que luchó en la batalla de Trafalgar al mando del Almirante Nelson.
- En mi pueblo, cuando salíamos de la escuela, íbamos al puerto a ver el barco. Jugábamos en los muelles, inventábamos historias de piratas y corsarios, nos enrolábamos como grumetes, nos imaginábamos navegando por los mares del sur. - Hizo una pausa para encender la pipa - Mis amigos sólo jugaban, pero yo – me dijo muy serio y mirándome a los ojos – estaba seguro de que algún día tendría un barco con el que cumplir mis sueños.
- Un día, mi mujer y yo, nos hicimos a la mar. Recuerdo perfectamente la primera tormenta. Fue al cruzar Finisterre, un viento fuerte empezó a soplar por popa, olas de tres y cuatro metros, la goleta volaba, cabeceaba con furia. Daba la impresión de que el mar se había vuelto loco. Mi mujer tuvo que subir a cubierta, a echarme una mano. El agua entraba por todos lados. Me dolían las manos de la fuerza con que agarraba el timón. La verdad es que pasamos miedo. Dicen que la primera tormenta fuerte es como el primer amor. Los dos dan miedo por las sensaciones nuevas y desconocidas que producen en nuestro cuerpo.
Me hablaba con tanta admiración de su mujer, le brillaban tanto los ojos cuando hablaba de ella, que no pude evitar preguntarle:
- ¿dónde está ella?
- Ves esa casa, la de la terraza – me señaló con la mano una hermosa casa situada en un lado del puerto, delante del paseo marítimo- ella está allí. Cuando navegábamos por el Mediterráneo, se puso enferma, aguantó unos días hasta que atracamos en Valencia. Le diagnosticaron esclerosis múltiple. Nos vinimos a este pueblo, la ciudad no le proporcionaba la tranquilidad que ella necesitaba. Ahora sólo bajo al puerto por la noche, cuando ella duerme. Vengo al bar, a ver si encuentro a un marino con el que poder hablar. Pero las noches que hace viento me quedo con ella en casa. Esas noches – continuo diciéndome – acerco la cama a la terraza y abro la ventana. A ella le gusta sentir el viento en la cara, le gusta oír como ruge el mar y como el olor a sal invade el ambiente.
En la terraza del bar solo hay una pareja y yo. Están tan cerca el uno del otro que, visto desde fuera, parece que su mundo se componga únicamente de la mesa y de las dos sillas donde se encuentran. Esos tres objetos son testigos mudos de sus confidencias. En el interior del local hay una mujer de unos treinta años, morena y muy guapa. El capitán habla con ella y luego se sienta en la terraza, en una mesa cercana a la mía. Me saluda, agacha la cabeza educadamente y luego con una media sonrisa, me señala a esa pareja de jóvenes. Se nota que están enamorados – me dice en voz baja. Creo que sí – le respondo yo sonriendo.
Al final se sienta a mi lado y le hace una seña a la camarera para que traiga dos cervezas.
- Tu eres el del Puma – no sé si preguntaba o afirmaba. Sí – respondí yo – está un poco viejo pero aguanta bien en alta mar.
- Yo tengo la vieja goleta de dos palos que está atracada en la bocana del puerto. Ahora no navego, pero un marino nunca sabe cuando llegará el momento de soltar amarras de nuevo, así que la cuido y la mimo como si mañana mismo tuviera que partir.
- Es realmente preciosa – le dije - es ese tipo de barco que uno sueña de pequeñito, cuando lee aventuras de piratas.
Luego me contó que su mujer y él la habían comprado con la indemnización que le dieron por el accidente que casi le cuesta la pierna. Los dos eran de Portsmouth, un pueblo de la costa inglesa. Allí está atracado, para admiración de todos, el Victory, el barco de la armada inglesa que luchó en la batalla de Trafalgar al mando del Almirante Nelson.
- En mi pueblo, cuando salíamos de la escuela, íbamos al puerto a ver el barco. Jugábamos en los muelles, inventábamos historias de piratas y corsarios, nos enrolábamos como grumetes, nos imaginábamos navegando por los mares del sur. - Hizo una pausa para encender la pipa - Mis amigos sólo jugaban, pero yo – me dijo muy serio y mirándome a los ojos – estaba seguro de que algún día tendría un barco con el que cumplir mis sueños.
- Un día, mi mujer y yo, nos hicimos a la mar. Recuerdo perfectamente la primera tormenta. Fue al cruzar Finisterre, un viento fuerte empezó a soplar por popa, olas de tres y cuatro metros, la goleta volaba, cabeceaba con furia. Daba la impresión de que el mar se había vuelto loco. Mi mujer tuvo que subir a cubierta, a echarme una mano. El agua entraba por todos lados. Me dolían las manos de la fuerza con que agarraba el timón. La verdad es que pasamos miedo. Dicen que la primera tormenta fuerte es como el primer amor. Los dos dan miedo por las sensaciones nuevas y desconocidas que producen en nuestro cuerpo.
Me hablaba con tanta admiración de su mujer, le brillaban tanto los ojos cuando hablaba de ella, que no pude evitar preguntarle:
- ¿dónde está ella?
- Ves esa casa, la de la terraza – me señaló con la mano una hermosa casa situada en un lado del puerto, delante del paseo marítimo- ella está allí. Cuando navegábamos por el Mediterráneo, se puso enferma, aguantó unos días hasta que atracamos en Valencia. Le diagnosticaron esclerosis múltiple. Nos vinimos a este pueblo, la ciudad no le proporcionaba la tranquilidad que ella necesitaba. Ahora sólo bajo al puerto por la noche, cuando ella duerme. Vengo al bar, a ver si encuentro a un marino con el que poder hablar. Pero las noches que hace viento me quedo con ella en casa. Esas noches – continuo diciéndome – acerco la cama a la terraza y abro la ventana. A ella le gusta sentir el viento en la cara, le gusta oír como ruge el mar y como el olor a sal invade el ambiente.
7 comentarios:
Esta segunda parte te ha quedado preciosa, sobetodo el final, con un aire así meláncolico, tierno y gris por parte del capitán, espero seguir leyendo más!!! saludos!
ninfa_occidental:
me alegro que te haya gustado el final. Tranquila todo me queda mucho por saber de la vida del capitán. Espero que te siga gustando.
un abrazo
Esto engancha eh
me he quedado prendada como de un anzuelo. desde el titulo de tu blog, hasta tus historias de mar, me han hecho recordar...
Me encantan estas historias de marineros...sera porque me encanta el mar, y como decia el gran capitan...ese olor a mar..
Un besito y una estrella.
Mar
ABEJITAS:
me alegro de que os enganche pero me temo que pronto tendré que zarpar de nuevo y no sé que será del capitán.
un saludo.
JOLIE:
Un placer conocer gente nueva, espero que con mis historias sigas recordando...cosas bellas.
un abrazo
MAR:
...ese olor mar, que recuerdos.
un saludo
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