Hace una noche espléndida, de esas noches especiales que de vez en cuando, en invierno, te regala el Mediterráneo. Sentado en la cubierta de mi velero observo el universo arriba, abajo la mar, a babor el infinito y a estribor las luces del puerto de Oliva (Valencia).
He parado el motor. Los únicos sonidos que se oyen son el suave golpeteo del agua en el casco del barco y mi alma agitándose dentro de mi cuerpo. Llevo unos días que me noto feliz, tampoco sé a ciencia cierta el motivo de tal felicidad, pero sí, la verdad es que me siento dichoso. Tengo todo, o casi todo, lo que un hombre puede desear y lo que es más importante, me siento bien conmigo mismo.
A estas horas, en medio de la inmensidad de la mar, en mi barco, tengo total libertad para transgredir las normas impuestas. Con nocturnidad y alevosía, con muchos defectos y pocas virtudes, con muchas dudas y casi ninguna certeza, aún así y todo, ahora soy yo el único que decide qué hacer o qué no hacer, qué rumbo tomar o si atraco en puerto, si navego a vela o a motor. Yo decido mi destino.
Soy afortunado, disfruto permanentemente de la compañía de la mar. Mis recuerdos de infancia, los primeros olores e incluso el sabor del agua salada en los primeros chapuzones; el primer paseo adolescente, agarrado de la mano de otra adolescente, teniendo como alfombra la arena mojada de la orilla de la playa; la primera borrachera infame, teniendo como una gran colchoneta la arena mojada de la orilla de la playa, que amortigua la caída del cuerpo completamente ebrio; el primer beso, que hace que tu cuerpo se estremezca y que la luna, afortunada testigo, ilumine con su luz plateada, las pequeñas olas que rompen al llegar a tierra; la primera sirena que te aborda en medio del mar, hipnotizándote con su mirada y con su hermosa cola plateada. Mi vida está en la mar y yo, cierro los ojos, y estoy con ella.
La siento tan cerca que me hace feliz, inmensamente feliz por todo lo que con ella he vivido, lo que vivo y lo que me queda por vivir. Quizás sea ella mi Itaca, quizás no tenga que llegar a ningún sitio porque hace tiempo que llegué. No lo sé, lo único cierto es que la mar es mi referente y ella sabe que la amo y la necesito.
Dejo de escribir en mi cuaderno de bitácora para deleitarme en esta noche maravillosa que tengo la suerte de presenciar. Ojalá, creo que así será, la mar me brinde otras noches mágicas. Os las contaré, lo prometo.
He parado el motor. Los únicos sonidos que se oyen son el suave golpeteo del agua en el casco del barco y mi alma agitándose dentro de mi cuerpo. Llevo unos días que me noto feliz, tampoco sé a ciencia cierta el motivo de tal felicidad, pero sí, la verdad es que me siento dichoso. Tengo todo, o casi todo, lo que un hombre puede desear y lo que es más importante, me siento bien conmigo mismo.
A estas horas, en medio de la inmensidad de la mar, en mi barco, tengo total libertad para transgredir las normas impuestas. Con nocturnidad y alevosía, con muchos defectos y pocas virtudes, con muchas dudas y casi ninguna certeza, aún así y todo, ahora soy yo el único que decide qué hacer o qué no hacer, qué rumbo tomar o si atraco en puerto, si navego a vela o a motor. Yo decido mi destino.
Soy afortunado, disfruto permanentemente de la compañía de la mar. Mis recuerdos de infancia, los primeros olores e incluso el sabor del agua salada en los primeros chapuzones; el primer paseo adolescente, agarrado de la mano de otra adolescente, teniendo como alfombra la arena mojada de la orilla de la playa; la primera borrachera infame, teniendo como una gran colchoneta la arena mojada de la orilla de la playa, que amortigua la caída del cuerpo completamente ebrio; el primer beso, que hace que tu cuerpo se estremezca y que la luna, afortunada testigo, ilumine con su luz plateada, las pequeñas olas que rompen al llegar a tierra; la primera sirena que te aborda en medio del mar, hipnotizándote con su mirada y con su hermosa cola plateada. Mi vida está en la mar y yo, cierro los ojos, y estoy con ella.
La siento tan cerca que me hace feliz, inmensamente feliz por todo lo que con ella he vivido, lo que vivo y lo que me queda por vivir. Quizás sea ella mi Itaca, quizás no tenga que llegar a ningún sitio porque hace tiempo que llegué. No lo sé, lo único cierto es que la mar es mi referente y ella sabe que la amo y la necesito.
Dejo de escribir en mi cuaderno de bitácora para deleitarme en esta noche maravillosa que tengo la suerte de presenciar. Ojalá, creo que así será, la mar me brinde otras noches mágicas. Os las contaré, lo prometo.
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