Pensaba quedarme en cubierta después de cenar, pero el tiempo ha cambiado y me he visto obligado a refugiarme dentro de mi pequeño camarote. No sobra el espacio, pero es como una pequeña caja de sorpresas, o como esas muñecas rusas, del interior de una sale otra y así sucesivamente. El interior de un barco es igual.
Esta tarde he amarrado en el puerto de Gandía, he tenido suerte, no había excesivos barcos y he podido escoger un pantalán a resguardo de la bocana del puerto. Prefiero así, no sea que por la noche empiece a soplar viento fuerte.
Después de los tramites, necesarios y aburridos, he ido a dar una vuelta por el puerto. Me gusta ver, o mejor dicho mirar, otros barcos, y no sólo me refiero a los deportivos, también las barcas de pescadores. Me gusta observarles mientras limpian las redes, o preparan los aparejos. Me gusta oírles, escuchar como explican de manera clara y precisa su salida a la mar, o la pesca del día. Me he detenido delante de una barca en la que dos hombres estaban quitando el pescado de las redes, esa escena me ha recordado viejos caminos y caminantes. Al verme parado, uno de ellos ha levantado la cabeza a modo de saludo, le he correspondido de la misma manera. He estado unos minutos más, después he continuado mi paseo por el puerto.
Me he sentado en la terraza de un bar, se llamaba “El Capitán”. En una de las paredes que daba a la calle tenía un mapamundi inmenso, y alrededor laminas de antiguas goletas. En la otra pared tenía dibujada la silueta inequívoca de un marinero, con su gorra de plato, su pipa en la boca y una barba blanca, sin bigote, y perfectamente recortada alrededor de la mandíbula. Viendo todo el conjunto uno se da cuenta del porqué de ese nombre. Estaba tomando notas en mi cuaderno cuando se acercó el camarero, al levantar la vista vi que la silueta dibujada en la pared era él…”el capitán”. Al preguntarme qué quería tomar me di cuenta que, a pesar de hablar perfectamente castellano, tenía un acento peculiar, como extranjero. Me trajo una cerveza, luego se refugió de nuevo en el interior del local.
Mi imaginación empezó a volar, “el capitán” estaba detrás de la barra, pero yo me lo imaginaba detrás del timón de una elegante goleta, con todo el velamen desplegado, girando a sotavento, con vientos de treinta y cuarenta nudos, intentando cruzar donde América del sur termina, el cabo de Hornos. Considerado por los viejos marinos como uno de los mares más difíciles. La goleta cabeceando, enfrentándose a olas enormes, con los williwaws soplando de arriba hacia abajo, vientos que te tienen contra el agua, obligándote a escorar incluso hasta los 90º. Dicen que en ese lugar es donde el mar es más libre, no hay nada ni nadie que consiga domar su ímpetu. Pero a pesar de todo el viejo capitán, empapado de agua, asía con fuerza el timón, miraba la mayor, mesana, el infinito, intentando averiguar dónde terminaba ese infierno de viento y agua…
Le miré, vi como se encendía la pipa, el humo salía de la cazoleta y sus ojos estaban vidriosos. No sé si es por el humo o porque miraba el mapamundi rodeado de goletas, de sus viejas goletas…
Estos días intentaré hablar con el capitán, a ver si me cuenta una hermosa historia de viejos lobos marinos.
Esta tarde he amarrado en el puerto de Gandía, he tenido suerte, no había excesivos barcos y he podido escoger un pantalán a resguardo de la bocana del puerto. Prefiero así, no sea que por la noche empiece a soplar viento fuerte.
Después de los tramites, necesarios y aburridos, he ido a dar una vuelta por el puerto. Me gusta ver, o mejor dicho mirar, otros barcos, y no sólo me refiero a los deportivos, también las barcas de pescadores. Me gusta observarles mientras limpian las redes, o preparan los aparejos. Me gusta oírles, escuchar como explican de manera clara y precisa su salida a la mar, o la pesca del día. Me he detenido delante de una barca en la que dos hombres estaban quitando el pescado de las redes, esa escena me ha recordado viejos caminos y caminantes. Al verme parado, uno de ellos ha levantado la cabeza a modo de saludo, le he correspondido de la misma manera. He estado unos minutos más, después he continuado mi paseo por el puerto.
Me he sentado en la terraza de un bar, se llamaba “El Capitán”. En una de las paredes que daba a la calle tenía un mapamundi inmenso, y alrededor laminas de antiguas goletas. En la otra pared tenía dibujada la silueta inequívoca de un marinero, con su gorra de plato, su pipa en la boca y una barba blanca, sin bigote, y perfectamente recortada alrededor de la mandíbula. Viendo todo el conjunto uno se da cuenta del porqué de ese nombre. Estaba tomando notas en mi cuaderno cuando se acercó el camarero, al levantar la vista vi que la silueta dibujada en la pared era él…”el capitán”. Al preguntarme qué quería tomar me di cuenta que, a pesar de hablar perfectamente castellano, tenía un acento peculiar, como extranjero. Me trajo una cerveza, luego se refugió de nuevo en el interior del local.
Mi imaginación empezó a volar, “el capitán” estaba detrás de la barra, pero yo me lo imaginaba detrás del timón de una elegante goleta, con todo el velamen desplegado, girando a sotavento, con vientos de treinta y cuarenta nudos, intentando cruzar donde América del sur termina, el cabo de Hornos. Considerado por los viejos marinos como uno de los mares más difíciles. La goleta cabeceando, enfrentándose a olas enormes, con los williwaws soplando de arriba hacia abajo, vientos que te tienen contra el agua, obligándote a escorar incluso hasta los 90º. Dicen que en ese lugar es donde el mar es más libre, no hay nada ni nadie que consiga domar su ímpetu. Pero a pesar de todo el viejo capitán, empapado de agua, asía con fuerza el timón, miraba la mayor, mesana, el infinito, intentando averiguar dónde terminaba ese infierno de viento y agua…
Le miré, vi como se encendía la pipa, el humo salía de la cazoleta y sus ojos estaban vidriosos. No sé si es por el humo o porque miraba el mapamundi rodeado de goletas, de sus viejas goletas…
Estos días intentaré hablar con el capitán, a ver si me cuenta una hermosa historia de viejos lobos marinos.
11 comentarios:
Sabes lo que mas me gusta de este mundo bloguero es que puedes sumergirte en cada una de las historias que lees..de repente me llego ese olor a mar que tanto me gusta..
Esperare impaciente las historias del capitan..
Un besito y una estrella.
Mar
Madre mia: vientos de 40 nudos. q miedo. A mi me dan mucho miedo los barcos pero he d reconocer q tambien me gusta visitar los puertos d las ciudades alas q viajo. Tienen un "algo" especial q me atrae.
Y despues que el capitan te cuente la historia...yo estare esperandote para que me la cuentes a mi.
Besos,
M.
MAR:
me alegro mucho de que con mi historia te haya llegado el olor a mar que tanto te gusta. Me esforzaré en conseguir que te siga llegando.:-))))
SARITISIMA:
Efectivamente los puertos tienen "algo" especial. Creo que cada barco es un micromundo, lleno de grandes historias.
VERBO:
Yo también estoy deseando encontrarme de nuevo con el capitan. Durante el día trabaja mucho, así que tendré que esperar a una noche sin mucho ajetreo para poder hablar con él. Yo también estoy ansioso por saber nuevas historias.
un abrazo.
Admiro al que es capaz de hacer grandes obras basándose en los pequeños detalles, en este caso, eres capaz de narrar una historia bellísima de sucesos cotidianos, en los que a lo mejor nadie se detiene a disfrutar. Sigue navegando, sigue contándonos historias del azul profundo que tanto amas!! besos!!
Yo nunca volvere a hacer fondeo libre... me lo has recordado con tu relato... ayyyyy!!!!!
Las historias de los viejos lobos de mar, ummmm, como en las peliculas! Esas historias que te dejan con la boca abierta, jejeje, muchas son terrorificas pero bellas verdad???
NINA_OCCIDENTAL:
Viniendo de ti, es un cumplido decir que escribo "historias bellísimas". Te lo agradezco muchísimo y me alegro de que disfrutes con mis historias cotidianas.
un abrazo.
ANONIMO:
no hay nada mejor que una película de viejos lobos marinos, espero que sigas disfrutando.
un saludo
Qué sordidos, llenos de historias me han parecido siempre los puertos y sus gentes.
bss.
BAHHIA:
efectivamente los puertos y sus gentes tienen fama de rudos, de hombres duros y curtidos en mil batallas; pero te aseguro que son nobles como el que más.
un fuerte abrazo
BAHHIA:
efectivamente los puertos y sus gentes tienen fama de rudos, de hombres duros y curtidos en mil batallas; pero te aseguro que son nobles como el que más.
un fuerte abrazo
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