Ayer por la tarde, a la caída del sol, sucedió una cosa curiosa, apareció un delfín en la proa del barco. Al principio no me di cuenta, estaba viendo fotos de viejos amigos, simplemente oí un chapoteo en el agua. Me levanté, me asomé a la proa y fue justo en ese momento cuando vi al delfín saltar con una agilidad increíble.
Estuvo bastante tiempo apareciendo para luego esconderse entre el azul del mar, luego volvía a saltar al tiempo que emitía unos agudos sonidos, como si quisiera decirme algo. Opté, durante bastante rato en dejarme guiar, en permitir al delfín que dirigiera el destino de mi nave, como un tripulante más.
Si me va a acompañar en mi viaje tendré que ponerle un nombre, pensé, al final se me ocurrió llamarle “laieta” en honor a una valiente grumete.
Laieta desapareció en cuanto se hizo de noche, no sé si volverán a cruzarse nuestros caminos o como en la película Casablanca “este es el inicio de una gran amistad”. Sea lo que sea, la verdad es que durante un tiempo me hizo compañía y eso, en la soledad del mar siempre es de agradecer.
Si ese divertido delfín no vuelve a saltar delante de mi nave espero que encuentra otros navegantes a los que guíe hasta encontrar Itaca.