Después de un mes de abril lluvioso, al menos aquí en el norte, llevamos unos días con sol, con buena temperatura y eso, al menos a mí, me reconforta y sobre todo me anima a seguir adelante, sin embargo es curioso, cuando vivía en mi Mediterráneo me gustaban los días de lluvia, quizás porque eran escasos. Esos días abría las cortinas de mi habitación, subía hasta arriba las persianas y sentado en mi mesa empezaba a escribir o simplemente a pensar mientras me quedaba embobado viendo como las gotas de agua golpeaban sobre esos cristales acostumbrados a los rayos del sol. Creo que a ellos les gustaba tanto como a mí recibir el agua, seguramente, también igual que a mí, por la falta de costumbre.
En aquella época era un adolescente con múltiples preguntas que por supuesto no tenían respuesta. Ahora, con la experiencia que dan los años, algunas de aquellas preguntas ya tienen respuesta, sin embargo hay días en los que aún me cuestiono o mejor dicho aún tengo preguntas vacías a la espera de respuestas escondidas en algún rincón secreto del que ni siquiera yo sé el sitio, es más ¿estoy seguro de querer saber dónde se encuentra ese lugar? O ¿prefiero que esas respuestas sigan ocultas como un tesoro en el plano de un viejo pirata?, no lo sé, pero qué curioso, esa es la primera pregunta sin respuesta. De todas maneras he de reconocer que sí tengo respuestas al menos para algunas preguntas.
En aquella época me preguntaba dónde terminaba el horizonte de esa mar en la que pescaba junto a mi padre, ahora sé que no tiene fin pero no porque la tierra sea redonda sino porque siempre está cerca de mí, pegadita a mi piel y sentada en mis pensamientos.
En aquella época me preguntaba hacia dónde iban esos trenes que veía, y oía pasar durante la noche con las luces de los vagones encendidas, ahora sé que se dirigían hacía algún lugar, escondido o no, deseado o no, pero que sí tenían un final y un principio, igual que las personas que iban dentro. Lo que aún hoy no sé es si el final es feliz o no, aún hoy no sé si la gente iba o venía, aún hoy no sé si alguien huía mientras su alma gritaba “hasta aquí” con la esperanza de que al llegar “allí” alguien recogiera su espíritu de naufrago como hizo Viernes con Robinson Crusoe.
En aquella época me preguntaba a qué sabrían los brazos de una mujer mientras se agolpaban en medio de una espalda sudorosa entregándose a una lucha sin cuartel. Ahora sé que esos brazos, esas manos, esos dedos…son como serpientes resbalando por la arena del desierto dejando surcos entre los poros de dos cuerpos matándose por entregarse sin ningún tipo de concesión mientras luchan despiadadamente por ver quién ama más a quién.
En aquella época me preguntaba como sería el desamor. Sin embargo esa es la única pregunta que no tuve que esperar para ser adulto para conocer la respuesta porque el desamor igual que el amor no controla ni sabe, ni quiere saber, de edades.