Silencio, melancolía, deseo, odio…el ejercicio consistía en inventarnos una ciudad, con sus gentes, con sus calles, etc. Ciudades inventadas con nombres de sentimientos, yo opté por el DESEO. Ésta es la ciudad que imaginé:
“La primera vez que llegué no supe muy bien por dónde dirigirme. Al final opté por aquella calle pequeña que formaba el dedo meñique de la mano derecha, luego continué por la avenida de su brazo. Llegué a un cruce, tenía dos opciones, o seguir recto o girar a la derecha. Elegí esta última opción. Ascendí por su pecho, al llegar a la cima me encontré con una plaza pequeña pintada de negro. De allí me dejé caer rodando hasta el otro pecho, ascendí de nuevo y de nuevo me encontré con otra pequeña plaza idéntica a la anterior. Oteé el horizonte. Hasta donde abarcaban mis ojos pude observar cuerpos desnudos tumbados unos encima de otros mientras la mar golpeaba suavemente ese puerto que formaban los pies de esos hombres y mujeres.
Descendí y llegué a otra plaza, ésta, a diferencia de las dos anteriores, era grande, de color rojo y blanda, muy blanda…eran sus labios. En medio un profundo agujero del cual surgía una lengua húmeda moviéndose suavemente de un lado a otro. Bordeé la plaza con cuidado y me encontré con dos agujeros negros que expiraban y aspiraban continua y acompasadamente. Subí. Me sorprendieron sus ojos que formaban dos piscinas azules. Al mirarlos sentí ahogarme en ellos. Me detuve a contemplarlos y me di cuenta que eran ellos los que me contemplaban a mí. Me abandoné.
En esos momentos fui consciente que ese era mi lugar. Esos ojos no hablaban, nadie hablaba ¿para qué? Entre esos ojos y mis ojos estaba todo dicho. Perplejo vi como la palma de su mano se iba acercando ofreciéndome un cobijo entre esa multitud de cuerpos gigantes desnudos y llenos de deseo. Me quité la ropa, me tumbé entre los pliegues de esa piel suave y tersa. Cerré los ojos.
No sé cuanto tiempo estuve así, lo que si sé es que me despertó un movimiento brusco. Al levantarme vi el dedo corazón de su mano izquierda acercándose. Estaba húmedo y esa humedad se traspasó a mi cuerpo empapándolo de deseo. A medida que me iba mojando mi cuerpo iba creciendo. Me puse de pie…me había convertido en un gigante, en uno más de todos ellos. Sin embargo la mujer que ahora estaba a mis pies y yo éramos los únicos que no nos amábamos pero eso no significa que no hubiera un deseo mágico de amarnos, de rompernos uno encima de otro…como así ocurrió.”
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