Llega la hora de escribir. La hora mágica en la que la luna te arropa para que estas noches otoñales sean más llevaderas. La hora en la que cierro los ojos y me imagino navegando. La hora en que me pregunto porqué me cuesta tanto ser feliz. La hora en que oigo una y otra vez la canción “Boig per tu” (Loco por ti), una canción de un grupo catalán llamado Sau. No estoy pasando el mejor momento de mi vida. No culpo a nadie de eso, seguramente mucha parte sea responsabilidad mía. Sin embargo hay algo que hace que los días sean un poco más llevaderos.
Llevo un mes apuntado a un taller de escritura. Voy dos horas todos los martes… y me lo paso genial. Somos un grupo totalmente heterogéneo. Ahí radica la riqueza del conjunto. Cada uno de nosotros tiene una sensibilidad, una forma de entender la escritura, en definitiva una forma de entender ¿la vida? Allí escribes, lees en voz alta tus relatos. Oigo como mis palabras van quebrando el silencio. Siento como el pudor que me provoca el abrirme a la gente hace que mis manos tiemblen (aunque procuro disimularlo). Quisiera ser capaz de escribir de otra manera…fingir un poco más.
Me gustaría que nos vierais ¡qué diferentes somos! Pero fijaros, un día la profesora planteó un ejercicio. Había que trabajar la construcción de una historia. El argumento principal se basaba en una cita que iban a tener, durante la tarde noche, un padre y una hija. Hacía tres años que no se veían. Ella había estado en el extranjero.
Lourdes, la profesora, dividió la trama en cuatro partes. Teníamos que imaginarnos, desde el punto de vista del padre, como sería la mañana, el medio día, la cita con la hija y la noche, es decir, cuando llega a casa después de haber estado con ella. A mí me tocó imaginarme como sería la noche y, sin haber hablado nada entre nosotros, coincidí bastante con Salva, un compañero que tuvo que escribir sobre la cita y también con Álvaro, que escribió sobre la mañana y con Juan Carlos, sobre todo en los whiskys del protagonista.
Cuando terminé de leer mi relato hubo unos segundos de silencio, luego la profesora dijo que le había gustado. Me relajé. Los compañeros respondieron que también. Bueno, no a todo el mundo, o al menos esa impresión me dio, de hecho le di el relato con la esperanza de que si lo leía con tranquilidad quizás acabara gustándole.
Ahora hemos empezado a tratar el tema de los personajes. Será divertido. Solo os adelanto que yo soy una mujer que abandona al cabrón de su marido, tengo una hija adolescente (Juan Carlos) y he tenido que ir a vivir con mi madre (Carmen). Todo ello dentro de una comunidad de vecinos. En fin, creo que nos lo pasaremos bien. Ya os tendré informados.
Os dejo el relato. Espero que os guste.
Las notas del saxo de Charlie Parker inundaron la habitación. En mi mano izquierda un vaso de whisky. Los hielos golpeando suavemente contra las paredes de vidrio. El humo del cigarro enredado entre mis dedos. Las luces de neon reflejándose en las oscuras paredes, moviéndose como sombras chinescas. Colores rojos. Colores azules. Colores verdes. El olor a soledad invadiendo cada esquina del cuarto. Las gotas de lluvia golpeando contra el cristal, deformando la realidad, mezclándose con mis lágrimas y yo…, yo de pie junto a la ventana con la mirada perdida en alguna parte, o quizás en ninguna parte.
Los vehículos iban y venían en un frenético laberinto de casas, de luces, de agua. En la calle apenas había gente. Personas que pasaban unas al lado de otras sin tan siquiera mirarse. Obviándose.
Aplasté el cigarro. Mis ojos se centraron en la pantalla del portátil. Posé el vaso de whisky en la repisa de la ventana. Fui hacia la mesa. Me senté. Encendí la luz de la lámpara. Acerqué el marco con la fotografía de mi hija. Los dedos se posaron sobre el teclado, pero no se movieron. A ellos también les atenazaba el miedo igual que a mí. Miré de nuevo el retrato. Tomé fuerzas. Respiré hondo. Abrí el blog.
“Hoy, después de tres años, he visto a mi hija. Se ha convertido en toda una mujer, en una hermosa mujer. Lo cierto es que me ha recordado mucho a su madre y eso me ha hecho feliz. Dicen que la felicidad es un momento, un instante, que no es ni siquiera un estado de ánimo, dicen que es algo que pasa y debes intentar rozarla, sentir que ese soplo está ahí. Yo esta tarde he notado su presencia. Sin embargo, quizás sea mi destino, cuando creo que tengo el rumbo correcto hacia Itaca siempre llega un golpe de mar, unos vientos que consiguen arrastrarme a las afiladas rocas de los acantilados.
He escrito esto para ti, para mi princesa (de pequeña te gustaba que te llamara princesa ¿te acuerdas?).
Cuando naciste tu madre murió. Nunca te he hablado de ese momento; tampoco hay mucho que decir. Todo fue muy rápido. Recuerdo que aún tenías el cordón umbilical colgando. Te posaron sobre su pecho. Tu madre estaba exhausta, agotada por el esfuerzo, pero aún así me dedicó una maravillosa sonrisa. Yo le respondí con un beso. Fue la última vez que sentí su piel sobre la mía. En unos instantes estalló el infierno. La hemorragia. La sangre. Las prisas. Los gritos. Hombres y mujeres de bata blanca corriendo de un lado a otro. El final.
Luego te acuerdas del amor entregado sin tapujos, sin contraprestaciones, un amor libertario sin orden ni esquemas preestablecidos… porque no nos hacia falta. Era así. Crees que es imposible que todo ello se quiebre. Por ella - y con ella - te sientes inmortal. Nos comportamos como niños creyendo que nuestro amor es igual que la verdad, que pase lo que pase siempre prevalece ante la infamia. Inquietante y dolorosa ingenuidad. Pretendes saciarte de vida, emborracharte de vida, comerte la vida. No te das cuenta – no nos damos cuenta – de la dificultad de la tarea encomendada. Lo difícil no es vivir, lo extremadamente complicado es superar el miedo que nos da, a veces, vivir.
Ahora has vuelto y yo, en cambio, me marcho para no volver. Otra vez el infierno.
Esta mañana he ido al médico. Tenía la esperanza de que se equivocaran, sin embargo han confirmado el diagnóstico. Como mucho me quedan seis meses de vida. Soy consciente de que puedes reprocharme el no habértelo dicho pero sinceramente, no me veía con el valor suficiente para hacerlo. Te veía tan feliz.
Cuando leas esto yo ya no estaré aquí. Solo te pido que me comprendas. No quiero sufrir ni que me veas sufrir. Quédate con lo bueno de todos estos años juntos.
Ahora mismo cierro los ojos y busco tu olor, tu mirada llena de inocencia, tu primer “papá”, tu piel, tus besos al llegar a casa después del trabajo, tus confesiones, tus “siéntate y hablamos”, tus “te quiero”, tu amor entregado a raudales sin esperar nada a cambio, tu primer dibujo, tu primera foto, tu primer libro, tu primer poema, tu primera cometa…
No te imaginas cuanto te quiero ni cuanto te echaré de menos.
Al resto de gente que está detrás de esa pantalla de cristal líquido y que día a día nos hemos ido conociendo deciros que ha sido un verdadero placer teneros como compañeros de viaje, pero ahora toca cerrar este cuaderno de bitácora. Este último viaje debo emprenderlo sin compañía.
Por casualidades de la vida mi blog se llama “Caminando hacia Itaca” y creo que ya he llegado...ahora veo Itaca al fondo, esperándome.”
Pulsé con fuerza la tecla de intro. Mi última entrada en el blog ya estaba publicada. Apagué el ordenador. Bajé la tapa. Abrí el primer cajón de la mesa. Cogí mi arma reglamentaria. Introduje el cargador. Sentí el frío de su boca rozando mi piel…