Estos días estoy descansando en mi pequeño pueblo pegado a mi mar, al mar mediterráneo. Ha sido un final de año duro, excesivamente duro, de noches de desvelo preguntándote si haces bien o haces mal, si estás haciendo lo correcto o por el contrario te estás equivocando. Un final de año lleno de emociones y de descubrimientos…y no todos buenos.
Me he podido dar cuenta de cómo la gente juzga y opina de los demás demasiado alegremente, sin pensar, sin tener en cuenta el motivo por el cual una persona actúa de una determinada manera o de otra. Sin entender que no todo el mundo tiene que ser igual. Que no a todo el mundo le hacen gracia las mismas bromas. Me he dado cuenta de lo fácil que es manipular, de lo fácil que es echar mierda sobre otros. Hombres y mujeres que creen que te engañan cuando en realidad uno sabe perfectamente de qué va cada uno…y a lo mejor te dejas engañar, porque mi papel no es juzgar si me engaña o no, mi papel es juzgar otros aspectos y he de reconocer que en eso son buenos, que harán bien su trabajo y realmente eso es lo importante. Esa gente nunca serán mis amigos, ni iría a cenar con ellos y mucho menos les confiaría un secreto, sin embargo he de reconocer que si trabajaría con ellos. Eso es lo que vale.
Sin embargo no todo han sido experiencias negativas.
También me he dado cuenta de que hay gente capaz de llorar cuando ve sufrir a otros, también me he dado cuenta de que hay gente capaz de rectificar y reconocer que se ha equivocado. Gente capaz de decir “lo siento, creo que no te lo merecías”. Gente que se levanta de la mesa cuando ve a un compañero llorando. Esa es la gente de la que me siento orgulloso. Hombres y mujeres que sí serán mis amigos, con los que iría a cenar, en los que puedes confiar a muerte, gente que jamás dará un paso atrás para dejarte solo… y por supuesto con los que también trabajaría. Pero la principal diferencia es que ellos pasan a formar parte de la mochila que todos llevamos. Una mochila llena de experiencias, de gente fantástica, de momentos inolvidables. Con eso me quedo.
Soy consciente de que ésta es una entrada de mi blog un poco extraña. Una entrada difícil de entender pero es lo que hay. La gente que la lea y sepa cuál es mi trabajo sabrá perfectamente a que me refiero.
Ahora todo ha pasado y aquí estoy, en mi pueblo, oyendo como el mistral sopla con mucha fuerza convirtiendo la mar en una capa blanca de olas que arremeten unas contra otras, haciendo que la arena de la playa te golpee en la cara hasta hacer daño. Sin embargo los atardeceres son espectaculares, es increíble la tonalidad que adquiere el cielo. El viento del norte tiene el poder de limpiar el cielo de cualquier nube que quiera interponerse en esa paleta mágica de colores. Una mezcla de rojos, negros y azules que se buscan detrás de las montañas mientras el sol va escondiéndose, como si fuera un amante avergonzado o quizás es un amante con miedo a ser amado, no lo sé. El caso es que se va para dejar paso a una luna que va tras él, una luna que se contagia de ese maremágnum de colores y de sensaciones…al ver eso no puedo impedir que un montón de sensaciones fluyan descontroladamente y por unos momentos soy feliz, inmensamente feliz.
Es curioso pero mi mediterráneo, junto a mi pequeño pueblo siempre me salva en los momentos jodidos. La mar es una buena y excelente amiga porque nunca pide nada pero siempre está ahí.
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