Por la ventana de la habitación se colaba un suave levante acompañado por la luz plateada de la luna. De fondo el ruido de la mar susurrando un ir y venir pausado, deslizándose sobre la arena de la playa, moviéndose acompasadamente. Delante de mí la pantalla del ordenador iluminándome la cara y en la pared fotografías de ciudades. París, Londres, Lisboa, Estambul, El Cairo…urbes cosmopolitas rebosantes de vida, y de vidas. A su lado, instantáneas de mi mar, de mi Mediterráneo, de mi barco, retratos de la gente que quiero, imágenes de verdaderos hombres de mar que consiguieron transmitirme el amor que solo ellos pueden entender hacia ese universo azul.
Hace meses que no salgo a la mar y ¡Dios! lo deseo tanto. Necesito salir a navegar. Sentir como mi proa se hunde para luego elevarse hasta el infinito. Ver como la mayor se hincha preñada del viento que azota todo su cuerpo. Notar mis manos empapadas de agua asiendo con fuerza el timón. Estremecerme cuando el mistral golpea la popa de mi barco y hace que éste se enfurezca. En esos momentos mi Puma no navega, en esos instantes mi barco cobra vida y vuela sobre la espuma blanca rozando el agua con cuidado de no lastimarla.
Deseo estar allí.
A medida que van pasando los años te das cuenta que la añoranza, la melancolía, la nostalgia por tiempos pasados va en aumento. Quizás ese sea el motivo por el cual deseo volver a reinventarme. Buscar razones nuevas para seguir luchando.
Necesito tu presencia para que la fuerza no me abandone. Sentir que estás ahí. Imaginarme sentado junto a ti mientras vas trepando por mi piel. Mirarte sin concesiones, sin tapujos mal entendidos, sin miedo. Observarte con detenimiento mientras te mueves de un lado a otro. Ver como te abandonas dentro de mí.
Hace unos días María, mi hija pequeña, me preguntó “¿te gustaría volver al pueblo?”. Creo, o mejor dicho, estoy seguro que ella sabía perfectamente la respuesta pero no sé el motivo por el cual lo preguntó. Ella sabe que me cambia la cara cuando huelo su aroma, cuando voy acercándome a la arena, cuando veo la mar. Cada vez me cuesta más separarme de ella.
De momento tengo que conformarme con imaginármela.
Hace meses que no salgo a la mar y ¡Dios! lo deseo tanto. Necesito salir a navegar. Sentir como mi proa se hunde para luego elevarse hasta el infinito. Ver como la mayor se hincha preñada del viento que azota todo su cuerpo. Notar mis manos empapadas de agua asiendo con fuerza el timón. Estremecerme cuando el mistral golpea la popa de mi barco y hace que éste se enfurezca. En esos momentos mi Puma no navega, en esos instantes mi barco cobra vida y vuela sobre la espuma blanca rozando el agua con cuidado de no lastimarla.
Deseo estar allí.
A medida que van pasando los años te das cuenta que la añoranza, la melancolía, la nostalgia por tiempos pasados va en aumento. Quizás ese sea el motivo por el cual deseo volver a reinventarme. Buscar razones nuevas para seguir luchando.
Necesito tu presencia para que la fuerza no me abandone. Sentir que estás ahí. Imaginarme sentado junto a ti mientras vas trepando por mi piel. Mirarte sin concesiones, sin tapujos mal entendidos, sin miedo. Observarte con detenimiento mientras te mueves de un lado a otro. Ver como te abandonas dentro de mí.
Hace unos días María, mi hija pequeña, me preguntó “¿te gustaría volver al pueblo?”. Creo, o mejor dicho, estoy seguro que ella sabía perfectamente la respuesta pero no sé el motivo por el cual lo preguntó. Ella sabe que me cambia la cara cuando huelo su aroma, cuando voy acercándome a la arena, cuando veo la mar. Cada vez me cuesta más separarme de ella.
De momento tengo que conformarme con imaginármela.