miércoles, 21 de marzo de 2012

CAMBIOS Y PUÑALADAS TRAPERAS



El lunes recibí una noticia que ha provocado un cambio de rumbo, ni bueno ni malo, solo un cambio de rumbo. Soy de los que piensan que las cosas suceden por algo, y normalmente por algo bueno. Empecé este blog en septiembre de 2007, justo después de que mi hija mayor sufriera una enfermedad que nos asustó a todos, al final, como buena luchadora que es, salió adelante.


Cuando todo pasó escribí mi primera entrada en este espacio de letras, mares y mundos por explorar pero que todos inciden, o coinciden, en un lugar…en mi amada, esperada y muy deseada Ítaca. Seguramente si ella no se hubiera puesto enferma quizás ahora este blog no existiría.


Ahora me toca empezar de nuevo. Seguramente la gente que no sabe cuál es mi trabajo quizás no entienda del todo lo que quiero transmitir. Dejo un sitio relativamente tranquilo, dejo gente excepcional, amigos y amigas de verdad, dejo un lugar exento de cualquier tipo de peligro (excepto de las puñaladas por la espalda, que no es poco) y vuelvo al “ruedo”, a torear con lo más granado de esta sociedad. Dejo de ser Xavi para ser de nuevo…bueno, que mas da el nombre, el caso es que cambio.


De verdad que no me molesta cambiar lo que me molesta es que no se valore si haces bien tu trabajo o lo haces mal, que no se valore si trabajas o no trabajas, eso da igual. Me molesta que lo que se valora es a quien conoces o a quien no conoces, me molesta la gente que por subir te pisa sin ningún tipo de escrúpulos, en fin, peor para ellos. Yo me voy con la cabeza bien alta y con la satisfacción que da el que la gente, al menos la mayoría, valore muy positivamente el trabajo que he hecho. Con eso me quedo.


Por un lado estoy ya con ganas de empezar, de reencontrarme con gente que hace tiempo que no veo, pero por otro lado siento cierta ansiedad. En siete años seguramente han cambiado muchas cosas y debo estar a la altura, quiero estar a la altura. No quiero defraudar a nadie y menos a mí mismo. Al principio me costará adaptarme pero estoy convencido que luego volveré a disfrutar como lo hacía antes, porque si algo tiene mi trabajo es que es de todo menos aburrido.
De todas maneras y como ya he dicho antes, soy de los que piensan que las cosas suceden por algo y por algo bueno. Seguro que no me equivoco.

martes, 13 de marzo de 2012

LA VIEJA TABERNA Y...EVA Parte final





Las conchas de la puerta empezaron a sonar, sin embargo no era ella, eran los marineros que iban entrando.

Reconozco que uno de mis grandes defectos es que soy ansioso, cuando quiero algo lo quiero ya. Y en esos momentos lo que quería, lo que deseaba era verla entrar de nuevo por la puerta. Se me hacía duro pensar que no iba a verla, o lo que era peor que cupiera la posibilidad de que no volviera a verla.


Me levanté, dejé el plato en la barra y me fui a dar un paseo por la playa que estaba al lado del puerto. El mistral continuaba soplando fuerte, pero no me importaba. Tenía la vaga esperanza que esas rachas de viento se llevaran todos los demonios que atrapaban mi cuerpo. Me senté en la arena, debajo del muro que separaba la playa del paseo marítimo. No sabía muy bien qué hacer, ni siquiera sabía muy bien qué pensar de todo lo que me estaba ocurriendo, lo único que sabía es que quería volver a verla.


Miré la mar, esa agua que iba y venía acariciando la arena. La misma arena que ahora tenía entre mis manos y que se escapaba igual que se escapaba Eva. Cerré la mano, pero era imposible que esos diminutos granos no se filtraran entre mis dedos, se iban igual que se iba ella. Me levanté y me fui hacia el barco. Necesitaba entretenerme en algo, tener mi mente ocupada en algo distinto que no fuera esa mujer rubia que acaba de conocer.


Entré en el camarote, encendí el ordenador y me dispuse a escribir. Dejé la puerta del camarote abierta para que se ventilara un poco. Llevaba cinco minutos descargando unas fotos cuando oí su voz. Salí a la bañera y allí estaba ella.


- Buenos días – me dijo, pero ahora no había ninguna sonrisa en su cara.
- ¡qué sorpresa! Tu madre me dijo que hoy no te iba a ver.
- A veces mi madre habla más de la cuenta. ¿te vas a quedar de pie en la bañera o me vas a invitar a subir a bordo?
Salté al pantalán, cogí la silla e intenté subirla por la rampa, pero era imposible.
- Creo que me vas a tener que coger en brazos.


Al cogerla sentí sensaciones extrañas. Por un lado toqué sus delicadas y finas piernas…y me impresionó. Parecían frágiles, como de cristal, tanto que me daba la impresión que si las apretaba demasiado se podrían romper. Por otro lado noté sus brazos agarrados a mi cuello y me gustó sentirla tan cerca. Sentí su pelo en mi cara. Percibí el olor de su cuerpo. Dejó caer delicadamente su cabeza sobre mi hombro. Hacía tiempo que no tenía una mujer tan cerca de mí y mentiría si dijera que no me puse nervioso. Con delicadeza la senté en uno de los bancos del camarote. Empezó a mirar de un lado a otro, observándolo todo. Cuando terminó sus ojos se centraron en mí.


- Ayer te fuiste sin decir nada, me quedé preocupado, no sé, pero me encantaría poder ayudarte.
- ¿haces milagros? – dijo ella.
- ¿milagros? No te entiendo.
- Si no haces milagros no puedes ayudarme.
- De verdad, no te entiendo.
- Ayer me fui porque cuando me llamaron por teléfono era para decirme los resultados de un escáner. No volveré a andar nunca más, ¿sabes una cosa? Por más que te lo imagines en el fondo tienes la esperanza de que todo vuelva a ser como antes. Por eso te digo lo de los milagros, porque es lo único que puede hacer que vuelva a andar.
- Lo siento, de verdad, no sé qué decir.
- No hay nada que decir. Lo que tengo que hacer es acostumbrarme a mi nueva vida.


Nos quedamos en silencio. Lo cierto es que no sabía qué decir ni qué hacer. Al final opté por la típica frase de “perdona, no te he ofrecido nada ¿te apetece tomar algo?”


- No, gracias. No me apetece tomar nada ¿sabes lo único qué me apetece?
- No, pero tengo la impresión que me lo vas a decir.
- Me apetece hacerte un tatuaje.
- ¿un tatuaje? – repetí sorprendido.
- Sí, me dijo mi madre que no tenías ninguno, bueno si es que te apetece, claro.
- Es verdad, no tengo ninguno, aunque es una cosa que siempre me va por la cabeza hacerme y de hecho tengo pensado el sitio dónde lo quiero y el motivo.
- Pues si quieres a mí me encantaría hacértelo, de hecho he traído en la mochila todo el material.
- ¿Tan segura estabas de que me iba a dejar hacerlo?
- Sí, sabía que no te resistirías a la tentación de que dibuje algo en tu cuerpo.


Le dije lo que quería y dónde lo quería. Luego le traje la mochila. Empezó a hacer varios bocetos, cuando terminaba uno me lo enseñaba. Así estuvimos un rato hasta que hizo uno que me gustó.

- Lo quiero en el gemelo, justo en un lateral.


Me fui a poner un pantalón corto y me tumbé en el banco donde ella estaba sentada. Mientras preparaba todo mis ojos se centraron en su cara. Le había cambiado la expresión, ya no estaba triste, todo lo contrario, ahora estaba relajada. Volvía a estar segura de sí misma, volvía a quererse. Se sentía de nuevo dominadora de la situación. Posó la plantilla en mi piel, marcó el dibujo, luego lo retiró.


Sentí su mano izquierda posarse en mi piel, de repente pequeños puntazos empezaron a picotear en mi epidermis.


- ¿te duele?
- No, tranquila.


Estuvo una hora trabajando en el tatuaje, durante ese tiempo no hablamos. Ella estaba concentrada en el dibujo, yo estaba concentrado en sus ojos, en sus labios, en sus manos, en la tinta que penetraba en mi piel.


- Ya está, ya puedes mirar – dijo con la cara de satisfacción que proporciona el trabajo bien hecho.
- Me gusta.
- A partir de ahora cada vez que veas el tatuaje te acordaras de mí.
Me incorporé y me senté frente a ella. Estábamos muy cerca, demasiado cerca, tanto que pude notar como su mirada y mi mirada confluían en los mismos ojos.
- Creo que no me va a hacer falta mirar el tatuaje para acordarme de ti.
- Cuidado marinero, no te enamores, eso puede ser peligroso.
- Eso lo decidiré yo.
- Yo jamás podré darte lo que te podría dar otra mujer.
- Tú no sabes lo que busco en una mujer.
- Es verdad, no sé lo que buscas pero si sé lo que no puedo darte y no olvides que no siento, ni volveré a sentir jamás nada, absolutamente nada de cintura para abajo.

Cerré los ojos. Mis dedos apartaron suavemente el pelo de su cara. Luego fueron hacia sus ojos, las yemas de mis dedos recorrieron sus párpados, descendieron por la nariz hasta llegar a sus labios. Suavemente se deslizaron del labio superior al inferior. Luego cayeron hacia sus pechos. Le desabroché la camisa. Continué con los ojos cerrados, mis manos eran mis ojos. Intuí unos pechos pequeños pero tersos, los recorrieron lentamente, acariciaron su cintura. Ahora empecé a jugar con mi lengua, pero en sentido contrario. Subí dejando una piel húmeda, formando surcos como si fueran meandros que el rio va dejando en el cauce por donde pasa. Sentí sus manos en mi nuca.


- Ven.


Empezó a besarme como nadie lo había hecho. Una dulzura rebosante de pasión. Lentamente su lengua se mezcló con la mía. Sus manos descendieron hasta empezar a acariciarme. Ahora era ella la que bajaba de mi pecho a mi cintura. Con una tranquilidad pasmosa me quitó el pantalón…
No, no hicimos el amor pero no nos hizo falta. Lo que sucedió en ese camarote era lo más hermoso que me había sucedido nunca….


Guardé la libreta en la caja.


- Sube a cubierta que ya estamos a punto de atracar.
- Venga Eva, anímate a hacerlo tú.


Hacía calor en la cubierta. El sol se reflejaba en los tatuajes que tenía en el antebrazo. Todos los tatuajes que me iba haciendo la mujer que ahora tenía a mi lado y que nunca había dejado de acompañarme desde que la conocí en la vieja taberna.






jueves, 8 de marzo de 2012

LA VIEJA TABERNA Y...EVA 3ª Parte

- Sí, viajo solo.
- ¿y te espera alguien en algún puerto? – preguntó, mientras en sus ojos asomaba un toque de travesura y una sonrisa en sus labios.

Antes de responder tomé un sorbo de café. Lo cierto es que no me esperaba esa pregunta. Entre aquella mujer y yo no había nada, absolutamente nada de confianza, de hecho era la primera vez que hablábamos. Sin embargo no me extrañó, ella le daba un toque de naturalidad a todo.

- Siempre nos espera alguien en algún puerto ¿no crees?
- No lo sé – respondió – yo no navego, así que no tengo puerto donde atracar y si no tengo puerto no hay nadie que me espere.
- Pues para mí es importante pensar que hay alguien esperándome aunque no sepa muy bien el sitio, de todas maneras no puedo creer que viviendo aquí no salgas a navegar.
- No sé si te has dado cuenta pero aunque hay sillas para minusválidos que yo sepa no hay barcos.

Entre ella y yo surgió un silencio un tanto incómodo. Ella dio un sorbo al té. Yo me la quedé mirando.
La voz de su madre rompió el silencio.

- Eva, acuérdate que dentro de media hora va a venir Quim a que le termines el tatuaje y tendrás que preparar el estudio ¿no?
- Ya lo sé mamá, pero es que ahora la conversación se está volviendo interesante – respondió…pero sus ojos seguían clavados en los míos.
- ¿No te parece que esta conversación se está volviendo interesante?
- Creo que contigo cualquier detalle, incluso el más pequeño se vuelve interesante.
Acercó su silla a la mesa. Sonrió, incluso sus ojos sonrieron.
- ¡eh! Marinero, ¿no estarás intentando enrollarte conmigo?

Me recliné en la silla. La mujer que tenía delante me intimidaba. Su vitalidad, sus ganas de vivir, su facilidad para reírse de todo y de todos, incluso de ella misma era algo que me sorprendía y que me costaba entender. Mientras ella continuaba mirándome pude notar como en mis mejillas brotaba un color rojo intenso. El ponerme rojo en determinadas ocasiones ha sido algo que nunca he podido evitar. En esos momentos me siento indefenso porque soy consciente que la persona que tengo delante sabe de mi debilidad o de mi vergüenza.

- Perdona si te he molestado, no era mi intención. La verdad es que a veces tendría que pensar las cosas dos veces antes de decirlas.

Ahora fue ella la que se reclinó en su silla. Ahora fue ella la que se sintió avergonzada. No nos conocíamos de nada y sin embargo hablaba como si fuéramos amigos de toda la vida.

- No me ha molestado, o quizás sí. La verdad es que no estoy acostumbrado a…
No pude terminar la frase, el sonido de su teléfono móvil me lo impidió. No sé quien era la que la llamó, lo único que sé es que le cambió la cara.
- Lo siento, me tengo que marchar.

Puso sus manos en las ruedas, giró y se fue hacia una puerta que estaba al final de la barra del bar. Allí estaba Malena, su madre, observándola con cara de preocupación.
Fuera estaba anocheciendo. A través de los cristales empezaban a reflejarse en los cristales la luz del sol del atardecer. Una luz anaranjada entraba en la vieja taberna, el día iba cayendo poco a poco. Me levanté y dejé el café en la barra. Malena ya no estaba dibujando, sus ojos ya no miraban la libreta llena de sirenas, anclas y rosas de los vientos, sus ojos miraban la puerta por la cual se había ido Eva.

En la calle seguía soplando un mistral fuerte, tanto que me costaba avanzar. Los mástiles de los veleros que estaban atracados se golpeaban unos contra otros

Cuando llegué al barco puse un poco de música y miré las previsiones del tiempo. Las predicciones no eran buenas, de hecho me obligarían a estar amarrado aún un par de días como mínimo. No me importaba demasiado, aprovecharía esos días para comprar algo de provisiones y poner en orden y al día el cuaderno de bitácora.

No era muy tarde pero estaba cansado. Me tumbé en la litera con la intención de dormir, sin embargo no podía quitarme de la cabeza a Eva. Era especial, todo en ella era especial. Su forma de hablar, su forma de tratarme, su forma de ser. Apenas la conocía sin embargo, no sé porque extraña razón, había dejado una muesca en mi alma. Cerré los ojos pero una y otra vez me venía su imagen a la mente. Nunca me había pasado. Intenté racionalizar todo, pensar fríamente. Yo mismo me preguntaba qué me estaba ocurriendo. Cómo era posible que la deseara si apenas la había visto, cómo era posible que me apeteciera tanto besarla si no la conocía, como era posible que la echara de menos si apenas había estado con ella. Esa mujer había entrado en mi vida a borbotones, como un levante al atardecer había reventado cualquier mínima defensa. Eva, esa mujer rubia sentada en una silla de ruedas, me había destrozado y sabía, que pasara lo que pasara entre nosotros, estaría conmigo para siempre. Estaba nervioso porque lo que me estaba sucediendo era inexplicable. Quizás es que hay cosas que son inexplicables, que ocurren sin saber muy bien ni cómo ni porqué han ocurrido. Quizás es lo mágico de los sentimientos, aparecen y te atrapan para siempre. Ella, aunque desapareciera, aunque jamás la volviera a ver, sería mi sirena escondida en algún rincón de la mar. Sería mi acompañante para siempre en mi camino hacia Ítaca.

Cerré los ojos. Los sueños me la trajeron de nuevo, la sentí a mi lado. Sentí su mano acariciándome la cara, me la imaginé de pie ante mí. Me desperté sudando. Nervioso. Empecé a dar vueltas en la cama. Fuera seguía soplando el viento. Salí a cubierta. Estaba temblando. En el puerto estaban todas las luces apagadas, incluso la de la vieja taberna.

La noche fue larga y dura, muy dura, pero al final pude dormir un poco.
Cuando salí de nuevo a cubierta ya había amanecido. El puerto había cobrado vida. Me pegué una ducha y fui a desayunar a la vieja taberna.
En la puerta, resguardados del viento que seguía soplando, había unos cuantos marineros. Dentro Malena estaba preparando desayunos.

- Buenos días.
- Buenos días – respondió ella mientras iba dejando desayunos encima de la barra - ¿te preparo uno?
- Sí por favor.

Me senté en la misma mesa, sin embargo mis ojos no estaban centrados en el cuaderno mis ojos estaban fijos en la puerta…esperando que entrara Eva. Malena se dio cuenta. Me llamó para decirme que ya tenía el desayuno preparado.

- Espero que te guste. Por cierto no mires la puerta porque ella hoy no vendrá.

No esperaba esa respuesta. Tampoco esperaba que se hubiera dado cuenta.

- ¿seguro? – pregunté.
- Seguro. De verdad, hoy no la esperes – dijo mientras posaba su mano sobre la mía en un signo de cariño que agradecí en esos momentos de desconcierto.

Me senté, sin embargo se me había quitado el hambre.

martes, 6 de marzo de 2012

LA VIEJA TABERNA... Y EVA 2ª Parte

Desde donde estaba pude observar como la mujer de pelo blanco continuaba con el bolígrafo en la mano moviéndolo de un lado a otro. Di por hecho que estaba escribiendo, sin embargo cuando me levanté a pedir otro café me di cuenta que estaba dibujando sirenas, la otra hoja estaba llena de anclas y rosas de los vientos. No me miró pero estoy seguro que ella sabía que estaba ahí, observándola. Mientras me preparaba el café pude mirar con más detenimiento esos dibujos. Me parecieron dibujos hechos con mucho detalle, con precisión.


- ¿te gustan? – me dijo mientras posaba el café humeante encima de la barra.
- Si, son buenos. Tiene usted buena mano para el dibujo.
- Son para mi hija – respondió – ella hace tatuajes y yo, cuando tengo algo de tiempo le voy preparando plantillas.
Me fijé en su tatuaje, en la rosa de los vientos que tenía en la parte interior de la muñeca. Se dio cuenta.
- Me lo hizo ella – dijo mientras me lo mostraba - ¿tú tienes algún tatuaje?
- No, pero me gustaría hacerme uno y de hecho tengo alguna idea sobre cuál pero nunca he encontrado el momento.
- Todo marinero que se precie debe tener un tatuaje… - no terminó la frase. De una de las mesas en las que estaban jugando al dominó gritaron “Malena, anda, sírvenos otro chupito”
- Si hombre, a mandar – respondió. – estos se creen que aún son patrones y yo un marinero dispuesto a obedecer – dijo mirándome.

Cogió la botella de ron y se acercó a la mesa. Yo recogí el café y me senté en la mía. Saqué el bloc de notas, quería escribir o describir la travesía. Llevaba una línea escrita cuando sonaron las conchas de la puerta de entrada, alcé la vista y vi aparecer a una chica en una silla de ruedas. Era rubia, ojos negros y una piel tan blanca que si te fijabas con detenimiento se podía apreciar hasta sus sentimientos. Toda esa belleza contrastaba con la fragilidad y la delgadez de sus piernas. Sin duda era la hija de Malena, la señora que estaba en la barra del bar. Se parecían muchísimo.
Detuvo la silla entre las dos mesas donde estaban jugando. Los ocho hombres pararon la partida y le dijeron algo, aunque no pude oír el qué, pero desde luego era algo gracioso porque su cara se iluminó con una agradable sonrisa. Luego vino hacia mí.


- Hola, ¿acabas de llegar?
- Si, hará un par de horas que he atracado.
- Así que has pillado todo el temporal, vaya putada.
- Si, ha sido un poco duro.


Mientras me hablaba hice verdaderos esfuerzos para que no notara que mis ojos se iban directamente a sus piernas.


- Me llamó Eva – dijo, mientras quitaba la mano de una de las ruedas de la silla y la estiraba hacia mí, ofreciéndomela. En esos momentos pude ver todas las rugosidades que tenía en la palma de su mano. Durezas producidas como consecuencia de tener que mover las ruedas de la silla en la cual se encontraba sentada.


Estiré mi mano. Fue la primera vez que la toque. Fue la primera vez que su piel y mi piel entraban en contacto. Fue la primera vez que mi piel morena cubrió su piel blanca como espuma de algodón.


- No pasa nada, puedes mirarme las piernas. Al principio, todo el mundo lo hace y la verdad es que yo ya estoy acostumbrada. Si te quedas más tiempo acabaras por olvidarte de ellas, como hago yo, y podrás mirarme a los ojos sin miedo a que tu mirada se concentré en esos dos palillos que tengo.


Me sorprendió su franqueza al hablar. Me sorprendió la tranquilidad con que hablaba de su minusvalía. Me sorprendí porque estaba un tanto avergonzado por mi torpeza, por no haber sabido controlar la mirada y ella lo notó.


- De verdad, no te lleves mal rato ¿vienes de muy lejos?
- Desde Menorca, iba hacia el sur, pero al final me he tenido que desviar.
- ¿te importa que me tome un café contigo? No te digo si me puedo sentar porque como has podido comprobar siempre estoy sentada.
- No, por supuesto ¿Qué quieres?
- Ella ya sabe.


Me levanté y fui hacia la barra.


- No se lo tomes a mal, no es que sea una maleducada, simplemente lo vive con naturalidad. Dice que su silla es su mejor amiga porque es la única que nunca la abandona.
Malena se giró y empezó a preparar un té con limón. Mientras estaba esperando me fijé de nuevo en Eva. Estaba mirando, sin ningún tipo de pudor y por supuesto sin permiso mi cuaderno, pero por alguna extraña razón no me importó que aquella mujer leyera esas anotaciones. Mis anotaciones.


Cogí el té con limón y fui de nuevo a la mesa.


- Escribes muy bien.
- Gracias – respondí con una sonrisa.
- Espero que no te haya importado que lea tu cuaderno. Ahora estamos empatados. Tú me has mirado las piernas con descaro, yo leo tu cuaderno sin permiso.
- Me parece justo.


Era increíble la naturalidad con que esa hermosa mujer que tenía delante hacía las cosas.


- viajas solo? – me preguntó mirándome fijamente a los ojos.


viernes, 2 de marzo de 2012

LA VIEJA TABERNA...Y EVA 1ª Parte

De vez en cuando me gusta sacar la caja donde guardo libretas con anotaciones de antiguos viajes. Disfruto releyendo esas líneas porque me permiten revivir momentos que creía olvidados.
Al azar, o no, nunca se sabe hasta qué punto participa el destino en nuestras decisiones y/o elecciones, cojo un cuaderno de tapas duras de color azul. Al azar, o no, la hoja que se abre ante mí habla de una vieja taberna en un pequeño puerto pesquero donde tuve que refugiarme. Llevaba varios días navegando con viento fuerte y estaba realmente cansado. Necesitaba pisar tierra firme, comer algo caliente y dormir unas horas seguidas sin que pareciera que el mundo se hubiera vuelto loco y girara desacompasadamente.



Amarré el barco al pantalán. No tardo en aparecer el marinero, un chico joven de buen aspecto. Amable me indicó donde estaban las oficinas del puerto, las duchas, etc. Le pregunté dónde podía comer algo…esa fue la primera vez que oí hablar de la vieja taberna del puerto.



Estuve bastante tiempo, aunque no sabría decir exactamente cuánto, debajo de la ducha. La sensación que proporciona el agua caliente resbalando por mi piel siempre me ha producido cierto estremecimiento, una especie de regeneración de sensaciones perdidas. Me gusta cerrar los ojos y abandonar mi cuerpo permitiendo que esa agua roce mi piel a su antojo. Después de un buen rato volví al barco, dejé toda la ropa, arreglé un poco el camarote y me dirigí a donde me había indicado el marinero. A la vieja taberna.



Los cristales del bar estaban empañados, lo cual no era de extrañar. En la calle hacía frío y supuse que el contraste con el calor de dentro era lo que provocaba esa condensación. No me equivoqué.



Al abrir la puerta unas cuantas conchas de mar colgadas del techo empezaron a chocar unas con otras produciendo un sonido agradable, al menos para mí.



En la barra había una señora de edad avanzada, rondando los setenta. Pelo blanco recogido en un moño, gafas, piel morena y curtida en contraste con su cabello. Esa mujer conservaba cierta belleza, pero lo que más me extrañó de ella era un tatuaje que tenía en la parte interior de su muñeca derecha, era una rosa de los vientos.



Había cinco mesas, en dos había cuatro hombres jugando a cartas, en otra, la que estaba situada al fondo del bar, estaba sentado un hombre, rondando los cincuenta, leyendo un libro. El resto de mesas estaban vacías. Nadie levantó la vista para ver quién era ese forastero que acababa de entrar en su territorio, lo cual me hizo pensar que estaban bastante acostumbrados a ver a gente de fuera. Hombres y mujeres que iban y venían sin dejar ningún rastro ni poso en sus vidas. Imaginaron que yo sería igual que los demás…lo cierto es que yo también lo imaginé.