martes, 22 de noviembre de 2011

LOS OJOS DE LA SEÑORA

El otro día Lur puso encima de la mesa un puñado de fotografías, cada uno de nosotros tenía que escoger una de ellas y describirla. Estuve mirando y al final me decidí por el cuadro de la señora o acaso ella fue la que con su mirada me escogió a mí, sea lo que sea esto es lo que vi en esa fotografía (la fotografía está al final del texto, por lo tanto primero leéis, os la imagináis y luego miradla, a ver si a vosotros también os buscan sus ojos)

“No sé cuanto tiempo estuve esperando, pero no creo que fueran más de diez o quince minutos.
Cuando ella entró en el salón no dijo nada, ni buenas tardes, ni disculpe por la tardanza, nada, solo me miró y agachó levemente la cabeza mientras colocaba el vestido de tal manera que no le molestara al sentarse en la esquina del sofá.


Se arregló un poco las dos rosas del pelo, apoyó su brazo izquierdo en el cojín, se subió un poco el bajo del vestido y me miró.
- ¿le parece bien así?

No dije nada, quizás porque no había nada que decir, quizás porque aunque yo fuera el pintor los dos éramos plenamente conscientes de que era ella la que decidía si estaba bien o estaba mal.
Coloqué mi pulgar entre el agujero de la paleta, cogí el pincel de punta fina, miré el lienzo blanco para al final centrar mi mirada en esa mujer sentada a escasos cinco metros. Inicié el recorrido por el vestido azul de flores doradas por el cual asomaba un tul a juego con el estampado. Continué por sus manos. Una mano derecha agarrada al vestido, quizás buscando la seguridad de algo conocido, en cambio su mano izquierda me mostraba con cierto descaro un anillo dorado lo suficientemente grande para entender qué posición ocupaba en la escala social. Seguí por sus pechos forrados con un lazo azul a juego con el vestido. Subí y me encontré alrededor del cuello un collar de perlas rozando su piel.


Una piel blanca que contrastaba con sus labios rojos, con su mirada y fue en ese momento cuando supe que me estaba engañando…y se estaba engañando.


Aparentaba poder, clase, hasta cierto punto de soberbia sin embargo encontré en esa mirada una mujer enamorada de la vida pero no del hombre que le había tocado en suerte. Encontré una mujer que a todas luces intentaba decirme que no me dejara amedrentar por las apariencias y que me esforzara en entenderla o aun más en conquistarla, en enamorarla y romper de esta manera lo que hasta entonces había sido un camino erróneo…su camino.


Recogí la paleta, guardé el pincel y huí.


Ahora fui yo el que agachó levemente la cabeza”


domingo, 6 de noviembre de 2011

CLAUDIA Y LA NIÑA CHINA

El otro día en el taller de escritura Lur (la profe) nos puso la tarea de imaginarnos que éramos imanes de esos que hay en todas las cocinas. Yo escogí ser un imán en forma de gallo pegado a la puerta de una nevera…y esta es la historia que escribí. Una historia titulada CLAUDIA Y LA NIÑA CHINA.

“Hasta entonces mi vida había sido más o menos estable, tranquila y en cierto modo monótona, sin embargo me gustaba, quizás porque uno se acostumbra a vivir sin aspavientos, pasando desapercibido, siendo amo, señor y esclavo de un espacio blanco e irreductible.
Mis únicos movimientos consistían en el batir de la puerta; eran movimientos acompasados, lentos, exentos de peligro y dirigidos por su mano…la mano de mi admirada, deseada y exuberante Claudia.


Lo que más me gustaba, el momento más esperado era cuando ella se agachaba para abrir el congelador. Era un momento mágico, un momento sublime, era el momento en que de su uniforme asomaban unos pechos turgentes, una lencería negra espectacular ¡Dios! cómo esperaba ese momento. Rezaba para que lo que buscaba no estuviera en el primer cajón del congelador y tuviera que buscar en el segundo o con un poco de suerte en el tercero. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos para que la cresta de gallo no se me pusiera de punta.


Sin embargo recuerdo el primer día que la vi. Tenía los ojos rasgados, el pelo negro y liso, hablaba un idioma extraño y creo recordar que su nombre era algo parecido a Li. Sus pequeños ojos se me quedaron mirando y supe que ya nada sería igual. Se acercó, su aliento formó una especie de vaho a mi alrededor, sus manos acariciaron mi pico, mis alas… para de repente mandarme con un leve manotazo al suelo.


No, no me rompí, soy un viejo gallo de pelea, lo que de verdad me dolió es que Claudia no le dijera nada, pero no solo eso sino que encima me colocó en la puerta del lavavajillas.


A partir de ese momento lo único que veía cuando ella se agachaba para abrir la puerta era el suelo a escasos centímetros de mi pico.”